La naturaleza del campeón
Corren malos tiempos para el ciclismo, pues la sombra del dopaje es demasiado alargada. Tanto que parece oscurecer lo más grande de este deporte, algo que lo hace casi único: el esfuerzo tan noble que hacen los ciclistas en cada etapa durante tres semanas. Por ellos mismos y por sus compañeros. Y es que éste es un deporte de equipo donde los haya. Por no mencionar cómo se juegan la vida bajando los puertos. Si acaso más triste es la opinión que parece extenderse entre el gran público: "El que gana, será porque se dopa más o mejor que sus rivales, pues todos lo hacen". A los ciclistas ya no se les concede ni el beneficio de la duda.
Por muy extendido que esté el dopaje en el mundo del deporte (en un porcentaje que es muy difícil de determinar, en cualquier caso), hay razones para el optimismo. Lo que en última instancia determina quién es el campeón y lo que caracteriza a los ciclistas, héroes todos ellos, que hoy llegan a París, es una capacidad genética muy especial, un bagaje de muchos años de entrenamiento, y una enorme capacidad de sufrimiento y superación. No hay fármaco que supla estos tres factores. Y lo mejor de todo: difícilmente lo habrá.
Los deportistas de élite tienen unas cualidades genéticas muy especiales, casi únicas, que son indispensables para poder superar el tremendo proceso de selección natural que supone el paso desde las categorías inferiores (alevines, aficionados, etc) hasta lo más alto. Sólo a modo de ejemplo, si uno no nace con una molécula llamada Alfa-Actinina-3 en sus músculos (algo que se hereda, queramos o no), es casi imposible que llegue a correr los 100 metros lisos en menos de 10 segundos. Aunque se inyecte todos los anabolizantes habidos y por haber.
Si los ciclistas aguantan las tres semanas del Tour, es sobre todo, porque llevan años entrenando para ello: un día sí y otro también, a razón de 35.000 kilómetros, si no más, por temporada. No existe droga alguna que pueda suplir las adaptaciones fisiológicas que sólo se consiguen con años de duro entrenamiento: aumento del número de vasos sanguíneos y de mitocondrias (verdaderas fábricas de energía) en los músculos, mayor eficiencia metabólica, o tolerancia extrema a la fatiga.
Cierto, muy cierto, que hay fármacos que mejoran significativamente el rendimiento físico. Y que en un futuro pueden salir otras drogas más eficaces que las que se usan hoy. Pero no tanto como para desafiar a la madre naturaleza y determinar quién es el campeón.
Alejandro Lucía es catedrático de Fisiología de la Universidad Europea de Madrid.
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