Un derroche de oportunidades
La primera vez que entré en el Emirates yo era japonesa. Sí, esta confesión puede llevar a equívocos, pero les aseguro, y tengo a mis hijos de testigos, que aquel Sábado Santo de hace tres años accedí al moderno estadio con un carnet de socia con un nombre que he olvidado y que me habían conseguido en el hotel. Nadie de los de alrededor demandó que se presentara la titular de la localidad y, por lo que me costó, aseguraría que aquello era una inversión de amplio retorno. Otros tiempos, otras economías.
La primera vez que supe de Wenger fue por 1994, cuando su equipo, el Mónaco, y el mío, el Barça, se vieron las caras en la fase final de la incipiente Champions. Nos hablaban de un joven entrenador, innovador, lejos de aquellos de la vena gorda y el lenguaje grueso. Claro que como era Mónaco, donde el fútbol parece siempre menos fútbol (si no, miren esa Supercopa europea siempre en un terreno infame y un calor pegajoso propio de un torneo de verano), y como el personaje se fue a hacer los japones, lo que sucede cuando uno está en la decadencia de su carrera, pero no cuando la está construyendo, no le seguí la pista hasta su aparición por el Arsenal para cambiarle el estilo y la historia. Si les interesa, no me consta que, tras aquel enfrentamiento, nuestro mediocentro, un tal Pep, se acercara al vestuario rival para contrastar con su entrenador algunas dudas que su sistema había dejado en sus conceptos. Tal vez le dio cierto pudor, sobre todo sabiendo que nos quedaba recibir a los del Principado para decidir el que viajaría a Atenas para aquella triste final. O tal vez es que en sus mentes tan programadas ya intuían que un día de marzo se verían las caras para medir quién llevaría a su equipo a la siguiente fase y no querían dar ventajas a su alter ego, que ya se sabe que las diferencias se miden en micras o milésimas y los pequeños detalles hacen ganar o...
Me imagino a los 'culés', un poco decepcionados, contando: "La primera vez que estuve en el Emirates..."
O tal vez todo esto haya sido importante solo hasta el momento en que Bussacca ha dado el pitido inicial a un partido que ha sido un derroche de oportunidades, un pim, pam, pum con Almunia haciendo milagros en la primera parte, con Wenger intentando resolver lo que las lesiones le empezaban a dificultar y el juego del Barça mucho más, con Guardiola recitando por vía interna alguna oración que acabase con el mal fario. Y tanto rezó que los dioses (y el juego) recompensaron al Barça con dos goles que parecían cerrar la eliminatoria. Pero, tras la réplica de Valdés a los poderes de Almunia, apareció el equipo local, que deseaba homenajear a sus supporters para meter magia de esa de la que se construyen los sueños, los que hicieron mítico a Highbury, los que empiezan a labrar una leyenda en el Emirates. Me los imagino orgullosos, desfilando rumbo a la estación del metro y empezando a construir la leyenda de un partido que comenzará así: "Y llegó el mejor equipo del mundo a nuestro campo...". Y me imagino a los culés, un punto decepcionados, contando: "La primera vez que estuve en el Emirates...".
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