"Si es el balón, paciencia"
Podría haberlo dicho el técnico del Athletic, Joaquín Caparrós, antes del partido contra el Barça. Podría decirse mucho en el fútbol. Pero sólo lo decía Nereo Rocco y lo hacía siempre que alguien, en vísperas de un encuentro, soltaba la famosa frase: "Que gane el mejor". "¿Que gane el mejor? Esperemos que no", respondía El Parón, El patrón en lengua triestina, burlándose de su propia fama. A Rocco se le atribuía la implantación del catenaccio (candado) en Italia o, en palabras del gran periodista Gianni Brera, "la invención del fútbol a la italiana" y le precedía su fama de entrenador defensivo y obsesionado con los marcajes. A El Parón le daba igual. Le gustaba adoptar el papel del campesino que sale a ganar como sea, por la vía civil o por la vía criminal.
"Drogo a mis jugadores con pasta y judías y el jueves, a las diez, con un filete de caballo y vino", decía Rocco
Su frase más célebre define, de modo caricaturesco, su estilo de juego: "Dale a todo lo que se mueva sobre el césped, y si es el balón, paciencia". No está claro que Nereo Rocco pronunciara alguna vez esas palabras, pero han quedado eternamente pegadas a su biografía.
Nereo Rocco (1915-1979) nació y murió en Trieste, territorio fronterizo del imperio austrohúngaro. Su padre se apellidaba Rock y era un vienés de buena familia, pero se mudó a Trieste por amor a una bailarina y acabó estableciendo una carnicería. El fascismo impuso la italianización de Rock y le convirtió en Rocco. Lo que no cambió fue el oficio de carnicero: el joven Nereo adquirió un físico hercúleo cargando canales y despiezando vacas y cerdos y siguió con los canales y los despieces en su época de futbolista. Le avergonzaba, sin embargo, que sus compañeros de equipo le vieran con el mandil ensangrentado.
Como jugador, fue discreto: una vez internacional y centrocampista en varios equipos hasta que al final de su carrera empezó a ensayar en el puesto de defensa libre, una idea que en los años 40 floreció en Suiza y Austria y que constituía la base del catenaccio. Como entrenador, destacó en el Padova y en 1960 se hizo cargo del Milan, con el que en 1962 y 1963, pese a la competencia del Inter de Helenio Herrera, ganó un scudetto y una Copa de Europa. Repitió la hazaña europea en 1969, venciendo en la final a un Ajax que estaba a punto de imponer su hegemonía.
Su palmarés exigía respeto. Rocco, sin embargo, prefería hacerse el palurdo: "Drogo a mis jugadores con pasta y judías y el jueves, a las diez de la mañana, con un filete de caballo y un vaso de vino". Aunque la joya de aquel Milan era Rivera y Rocco le adoraba, el técnico, que compartía ducha y bromas con sus futbolistas en el vestuario, se avenía mejor con Maldini y Trapattoni. En el campo, eso sí, Rivera podía hacer lo que le diera la gana. Era el único milanista exento de marcar a un contrario. "Cuando empieza el partido, veo con los ojos de Rivera", explicaba.
El fútbol era entonces más duro y áspero que hoy. Zanon, capitán del Padova, podía mostrar a la prensa su mano derecha y proclamar: "Con esta mano le estrujé los huevos a Gabetto cuando el Torino lanzó su primer córner". Maldera, del Milan, podía justificar sus problemas en el marcaje al argentino Soriano, de Estudiantes, porque éste llevaba en la mano un alfiler y se lo clavaba a quien se acercaba. Cuando el Milan perdía el balón, Rocco se alzaba del banquillo y preguntaba: "¿Quién se ha dejado robar la pelota?". "Giovannin, Parón", era la respuesta ritual. Giovannin podía ser Rivera o Trapattoni, cosa que a Rocco le era indiferente. Iba hacia la banda y gritaba: "Giovannin, vete a tomar por el culo". Y volvía sentarse tranquilamente.
Federico Fellini quiso que fuera actor en Amarcord, en el papel del padre de familia. "Buscaba a un hombre cachazudo, sentimental, romántico, antifascista, tosco pero simpático, y Rocco era el personaje justo", explicó. Nereo Rocco no pudo participar en la película porque estaba ocupado con el Milan.
En los días finales de su vida, hospitalizado con cirrosis y bronconeumonía, Rocco creía volver a estar en un banquillo. Daba órdenes a sus jugadores y les exigía marcajes estrechos. Dicen que sus últimas palabras fueron: "¿Pero cuánto falta para que acabe el partido?".
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