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ENTRE FANTASMAS
Columna
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Por si acaso

Anoche me sobrevino a duermevela una cancioncilla que aún canturreo entre dientes mientras me doy una ducha fría: "Vamos a suponer que la vida pasa, vamos a suponer que pasa y se va". En monocorde retahíla, acompañada de un imaginario rasgueo de guitarra y del trepidante castañeteo de mi trémula mandíbula, la voz soñada proseguía: "Vamos a suponer que hoy es mañana, vamos a suponer que mañana fue ayer...". De repente, un epidérmico escalofrío relampagueó en mi espalda. Recordé tiritando que hoy estaba a punto de ser mañana. Cerré el grifo, colgué la alcachofa y salí de la bañera. Antes de que mañana fuera ayer tendría que escribir y entregar uno de esos artículos de la página deportiva en los que, incapaz de emular con palabras lo que Messi hace con los pies, debía al menos contar de manera coherente y puntual lo que más y lo que menos me gustaba del fútbol y sus alrededores.

El parsimonioso Barça no resiste el tirón de un Real Mourinho que muerde desde que su entrenador no ladra

Decidí empezar por los alrededores: es cosa sabida que no solo de fútbol se nutre el fanatismo. Al respecto, cuenta el actor Viggo Mortensen que, al caer la noche del 20-N, volvía del teatro en su coche y, en la calle Génova, en plena charanga y vapuleo de banderas, se vio acosado por la multitud que celebraba la victoria del PP. Como él no aplaudía, le llamaron de todo. Entre otros epítetos, "puto socialista" y "maricón". Por supuesto, se trataba de una minoría exaltada que podría pertenecer a cualquier partido. Una de esas minorías que, sumadas, tienen el peligro de acabar confiriendo paradigmático estilo o, lo que es peor, hacernos sospechar que la extrema derecha también es del PP. Esperemos, no obstante, que el incidente no resulte delator de los nuevos tiempos para el arte y la cultura y que, como Guti cuando cambia de novia, no haya que cambiar de tatuaje para ser tolerado en la tribu. De momento, se nos anuncia que el Centro Cultural Niemeyer, de Avilés, se convertirá en un adecuado recinto para la cumbre anual de las peñas del Real Madrid. Inquietante revelación, pero no sorprendente. A fin de cuentas, el fútbol es cultura.

Así se desprende una vez más del reciente libro de Juan Cruz, Viaje al corazón del fútbol (Córner). De él extraigo lo que, metáfora mediante, dice Manuel Vicent de los jugadores como Luis Suárez: "Así como el águila a mil metros de altura mira para abajo y solo ve lo que se mueve, los futbolistas se distinguen en dos: los que solo ven espacios y otros que solo ven piernas". Estoy de acuerdo y lo he enunciado en otras ocasiones: "Unos ven en gran angular y otros en teleobjetivo". Entre las interesantes conversaciones y anécdotas recabadas por el autor, no puedo por menos que destacar la clarividencia balompédica de Michael Robinson. Es una pena que, en las retransmisiones televisivas, hable poco y con sordina. No aludo a su peculiar acento ni a su no menos peculiar vocabulario, sino a la descompensación acústica que se produce entre el sonido ambiente y su tono, más intimista y reflexivo que el de sus colegas. ¿Por qué para hablarnos de fútbol elevan la voz incluso en los telediarios?

Ese es otro de los alicientes del libro y del talante de Juan Cruz: compartir opiniones sin que la pasión altere la letra impresa. Por cierto, me encanta el arrebato de antropofagia de Cayetana Guillén cuando, refiriéndose a Xavi, exclama: "¡Es para comérselo!". Y resulta enternecedor el encuentro, en el aeropuerto de Barcelona, del propio Juan con un Ronaldo (Luis Nazario de Lima, no Cristiano) muy compungido porque ha perdido a su padre como se pierde una maleta. Con freudiana devoción, le ayuda a buscar al padre, aunque no nos dice si lo encontró. El que ha perdido el diapasón, y quizás la madre de todas las Ligas, es el parsimonioso Barça, incapaz de resistir el tirón de un Real Mourinho que muerde desde que su entrenador no ladra.

Dicen las malas lenguas que el Madrid siempre triunfa cuando gobierna la derecha. No voy a tomarme el tiempo de comprobar tan tonta estadística, pero el otro día sufrí un sobresalto al vislumbrar en el palco presidencial, sentados hombro con hombro, a Florentino y Aznar. Al pronto, no supe si compartían la manga de una misma chaqueta o si, por súbita simbiosis, se habían vuelto siameses. "Puede que, hoy como ayer, entre la más derecha de las derechas y el más real de los reales existan vasos comunicantes", susurró el fantasma de Pepito Grillo en la concavidad de mi oreja. Por si acaso, no le hice caso.

José María Aznar y Florentino Pérez, en el palco del Bernabéu la semana pasada.
José María Aznar y Florentino Pérez, en el palco del Bernabéu la semana pasada.DIARIO AS

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