El Tour es de Contador

Cruzó la línea de meta y siguió pedaleando, arañando segundos a un crono detenido, ese crono que a punto estuvo de traicionarle. Porque durante 18,2 kilómetros el pánico se apoderó del, a día de hoy, intratable deporte español. Durante esos 18,2 kilómetros, Alberto Contador, que llegaba al Tour como jefe del ciclismo mundial, veía seriamente cuestionado su liderazgo. Andy Schleck, un corredor mucho menos dotado para luchar contra el reloj, corría en ese instante dos segundos más rápido que Contador, dejando la diferencia de ambos en la general en seis segundos, una minucia, la nada teniendo en cuenta que aún quedaban 34 kilómetros por delante.

Mucho tiempo antes, Fabian Cancellara, un depredador que se mofa del tic-tac del reloj, paraba éste en poco más de una hora, un tiempo estratosférico. Nada extraño, de todos modos, siendo como es un consumado especialista. Pero la suya era una magnífica referencia para Contador, no en vano, el año pasado el de Pinto superó al suizo en 3 segundos en la última conrtarreloj. Algo más corta que ésta y muy, muy diferente, con repechos que hoy eran inexistentes.

Pero algo iba mal. Desde el primer instante, los tiempos que se conocían, aun oficiosos, no llevaban a Contador a la altura de Cancellara, como era de prever. Le llevaban a la de Schleck. Y llegó ese kilómetro 18, Andy por delante de Alberto, el mundo al revés, el Tour en peligro. La diferencia en la general en ese instante era de seis segundos, la menor de la historia, inferior incluso a la que permitió a Greg LeMond arrebatar a Laurent Fignon el Tour del 89, ocho, tras una legendaria batalla en la contrarreloj final, en plenos Campos Elíseos de París.

Peor aún que a Contador le iba a Samuel Sánchez, que iniciaba el día como tercero de la general y desde la primera pedalada sintió que las fuerzas no iban con él, pero sí con el ruso Denis Menchov, por lo que podía acabar cuarto. Cuarto acabó.

El viento que había faltado a los que corrieron por la mañana, entre ellos Cancellara, hacía su aparición por la tarde, lo que no podía justificar que Contador estuviera al mismo nivel jerárquico que Schleck, por mucho campeón del crono que Andy sea en su Luxemburgo natal. Tenía que reaccionar el español, encontrar la postura, el golpe de pedal, la cadencia. Tenía que reaccionar Contador si no quería protagonizar uno de los mayores fiascos que recuerdan los tiempos.

Reaccionó. En el segundo punto de referncia (km. 36) era Contador quien aventajaba en seis segundos a Schleck. El pánico entre el público español comenzaba a menguar. Jaleado desde el coche, el de Pinto respiraba. Y entonces sí, entonces cada pedalada fue un latigazo a su bicicleta y un empujón a su orgullo. A 10 kilómetros del final eran 12 los segundos de ventaja del madrileño, 20 en la general. Ya no había vuelta atrás. Schleck comenzó a ser consciente de que la bestia había despertado. Y más despertó a medida que se acercaba a la meta, antes de tarspasarla y echarse a llorar en brazos de sus ayudantes, con 31 segundos de ventaja sobre Schleck.

Contador arrancó la crono ocho segundos por delante del luxemburgués y la cerró con 39, 39 tenía que ser, la cifra mágica de este Tour, la ventaja que el español acumuló el célebre lunes en el que aceleró cuando Schleck se peleaba con su torpeza y con la cadena de su bici. Una diferencia, 39 segundos, que al final ha sido insalvable para el bravo luxemburgués. Porque mañana, en París, a él le tocará escoltar, de nuevo, a Alberto Contador, el chico de Pinto que sigue engordando su palmarés, que acumula tres Tours, cinco grandes, deprisa, deprisa, que hoy, aun con el susto en cuerpo, fue reelegido como jefe del ciclismo mundial.