'Síntoma Chigrinski'
Buenos o malos, son muchos los jugadores del Barça que han sido pitados por la hinchada. La rechifla ha llegado a ser a veces tan grosera que futbolistas como Luis Suárez y Martí Filosia respondieron al respetable con una botifarra. Luisito es todavía el único español que ha ganado el Balón de Oro, y Siso fue un delantero exquisito al que se le reprochaba que no corriera como Pujolet y se le acusaba de ser un capricho de Vic Buckingham. A los técnicos se les ha medido muchas veces por sus fichajes. A Cruyff se le puso a caer de un burro cuando contrató a Koeman, de Robson se recuerda su gusto por Amunike, y Van Gaal se perdió el día en que alineó a Reiziger y Bogarde. Ahora le toca el turno a Guardiola por su empeño en poner a Chigrinski. Nadie escapa al juicio sumarísimo de la soberana grada.
Una parte de la afición está convencida de que cuando no juegan Puyol y Piqué significa que al entrenador le ha dado por rotar la alineación y, en caso de derrota, por tirar la Copa. No se repara en la calidad del rival; ni en la dificultad del partido, ya sea por las circunstancias horarias, climáticas o arbitrales; ni tampoco en los minutos acumulados por el plantel, y mucho menos en los tres títulos ya ganados a mitad de ejercicio porque se suman a los tres del curso anterior para redondear 2009. Ni siquiera se recuerda que quienes ahora gritan dudaban hace unos días de la renovación de Puyol. Así son las cosas en el Barça. El club ha dado un salto de calidad excepcional, el equipo se ha convertido en el mejor del mundo y, sin embargo, se siguen oyendo pitos en un estadio murmurador por excelencia.
Ahora la han tomado con Chigrinski, un personaje melancólico que evoca la historia pasada del propio Barça, un tipo fácil de ser ridiculizado, falto de apoyo mediático porque ni la prensa de su país le reclama ni vende camisetas, sin más abogado defensor que el entrenador y la plantilla, cosa que juega aún más en su contra porque se supone que obedece a un falso corporativismo. A Chigrinski nadie le ve lo que le adivina su entrenador y, por otra parte, ha jugado mal o regular la mayoría de los partidos. Aunque le falta tiempo de adaptación, merece seguramente que mientras tanto se le critique y hasta se reprueben sus actuaciones. No se entiende, sin embargo, que se le silbe como si fuera un impostor o el peor de los adversarios, el niño mimado de un técnico caprichoso como acaban siendo todos los genios, el primero de los síntomas de la temida decadencia.
Puede que Chigrinski no sea finalmente el central que necesita el Barça y es posible que Guardiola se haya equivocado cuando antepuso su contratación a cualquier otra por 25 millones de euros. Tampoco se acertó la temporada pasada con Hleb. Incluso en las mejores casas se dan malos negocios y, en tal caso, el club hará bien en corregirse por muy difícil que sea el asunto. Y el Barcelona, precisamente, lo tiene muy mal con los fichajes, ya sean por orden del técnico, del director deportivo o del presidente, se llamen Chigrinski, Henrique o Ibrahimovic, porque el culto al fútbol base se lleva a veces a extremos contraproducentes. Todo en el Barça remite últimamente a la cantera, incluso el modelo de club, cuando en realidad el edificio se levantó a partir de Ronaldinho, que llegó en lugar de Beckham, el inglés elegido para liderar la famosa T del proyecto Laporta.
Acertó el presidente con Ronaldinho y después con Guardiola, que ha convertido La Masia, como si fuera el Vaticano, en el centro de la vida barcelonista. Los técnicos, los capitanes, la mayoría de los jugadores profesionales, proceden de las categorías inferiores, de manera que la hinchada más ortodoxa se pregunta a qué viene fichar a Chigrinski cuando se dispone de Muniesa, Fontàs o Bartra, futbolistas ya vistos y jaleados el año pasado en el Camp Nou. Fue Guardiola quien les presentó y ha sido también Guardiola el que pidió a Chigrinski, de manera que difícilmente el técnico jugará en contra de su propia plantilla e ideario, sino que procurará enriquecerla con las altas y bajas. Una cosa es no dar con la alineación cuando se junta a Milito, Márquez y Chigrinski ante el Sevilla, y otra renunciar a la Copa.
Guardiola planteó el martes un partido copero parecido a la mayoría de los del año pasado. La diferencia estuvo en el resultado y una parte de la afición no lo supo advertir. Acostumbrado a la victoria, el barcelonismo sólo parece tener tiempo para recoger la próxima copa, nunca para digerir una derrota. La militancia activa se demuestra en las situaciones de apuro y no presumiendo de ser seguidor del club referente del mundo mundial. Hoy, sin embargo y por desgracia, se cuentan seguidores que apuestan a favor o en contra del Barça, o vaticinan el resultado, en función simplemente de si juega o no Chigrinski.
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