Ganar peleas para salir de prisión
Los presos de Tailandia entrenan duro para convertirse en luchadores olímpicos y salir de la cárcel
La línea que separa la cárcel de la gloria puede ser muy fina y estar en el lado de los maleantes o de los campeones puede depender de una patada. Las cárceles tailandesas están plagadas de luchadores aficionados al combate. Amateurs y semiprofesionales que luchan en Thonburi (Bangkok) por ser el mejor, por no caer nunca derrotados, para así ganarse una opción a los futuros Juegos Olímpicos o, lo que es lo mismo, la libertad.
Los jefes de prisión de las distintas cárceles que pueblan Tailandia quieren presos reformados, ciudadanos reinsertados, y ven en el deporte de la lucha un pasaporte para reconducir a los internos a la sociedad. Existen algunos ejemplos positivos, pero todavía no se ha comprobado la efectividad de la medida y no puede certificarse si los reclusos la utilizan como un atajo a la libertad. Por ahora, el éxito es rotundo. En un país donde las artes marciales se consideran el deporte nacional, proponerle a un preso la libertad a cambio de una medalla olímpica es más que un aliciente para tenerlo enfrascado. Además, aunque sea por coacción, el comportamiento de los presos mejora.
Los presos ya se han puesto manos a la obra. Dos de ellos, informa Reuters, no descansan en su empeño por convertirse en los nuevos oros olímpicos y convertir su vida en algo más confortable. Otros se conforman con seguir a los líderes y ganarse un puesto en el equipo nacional. Formar parte del grupo les permitiría salir a competir en combates regionales, reduciendo su condena si su hazaña así lo merece. El premio, la condicional.
Se acabaron las penurias para los campeones. La prisión de Thonburi ofrece tratamiento VIP y entrenamiento a los que se esfuerzan. A los demás, días enteros en los fogones, tejiendo ropa o trabajando en las lavanderías. "Quiero ser libre y pelear por mi país, y estoy seguro al 100% de que tengo lo necesario para estar en unos Juegos Olímpicos". Lo dice Parinya Nopchaya, un boxeador de 26 años al que apenas le queda piel sin tatuar. "Lo hice mal y esto me ha dado una oportunidad de hacer algo con mi vida". Llegó a la prisión con una pena de 12 años por robar motocicletas.
El entrenamiento comienza a las 5:30 de la mañana haciendo jogging durante 90 minutos. Por las tardes, las sesiones están dedicadas a las pesas y el entrenamiento en el ring bajo la supervisión de guardias y sparrings. Sudor de presos frente a pesadas porras y gafas oscuras de los vigilantes. El ambiente no es lo más idílico ?gruesas paredes grises de hormigón coronadas con alambre de espinos? pero la decoración ayuda. Posters como el de Amnat Ruenroeng, antes carterista, ahora medalla de bronce en los campeonatos del mundo y cuartofinalista en los pasados Juegos de Pekín, o de Samson Sor Siriporn, ex traficante de drogas, ahora reconvertida en campeona del mundo de peso mosca, son el ejemplo de las nuevas promesas. Son las dos "superestrellas para los Juegos de 2012".
Potencial asegurado
La iniciativa de las cárceles no se limita a dar luz verde a los entrenamientos. Otros sectores del país también se han implicado en el proyecto. El Mayor Thong Thanakun, un oficial de renombre de las fuerzas armadas tailandesas, se ha quedado sorprendido por el rendimiento de los reclusos. "Algunos tienen mejor disciplina que nuestros soldados", relata Thanakun, que incluso ha enviado entrenadores militares para mejorar la preparación física de los presos.
Somrod Kamsing, hermano del primer luchador tailandés que consiguió un oro olímpico en la categoría de peso pluma y oficial deportivo del ejército, ha destacado el potencial de los internos, y asegura que están encaminados al éxito, aunque todavía falta camino por recorrer. "Quién sabe. Es muy temprano todavía. Estos chicos tienen una segunda oportunidad y, con el tiempo, alguno podría llegar a ser algo en el boxeo", añade.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.