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Cristiano se cala hasta los huesos

Bajo la lluvia y tras el segundo gol, Mourinho se metió en el banquillo y no volvió a salir

"¡Joder... joder... joder...!". Las voces de Casillas se apagaron en la atmósfera húmeda. Pedro acababa de meter el segundo gol del Barça. Una lluvia suave se precipitaba sobre el campo y sobre los hombres. Mourinho, enfundado en una gabardina negra, observaba los acontecimientos inmóvil. El agua se le condensaba en las pestañas cuando Cristiano se dirigió hacia él haciendo gestos aspaventosos, tal vez denunciando el mal funcionamiento de algo así como que no le llegaran suficientes balones, o pidiendo alguna indicación salvadora.

El técnico no le dijo nada. No hubo una réplica gestual por parte de Mourinho, que permaneció impertérrito mirando a su estrella, como una estatua que observa desde fuera el terrible problema que se plantea dentro de la cancha. Ahí, condenado a jugar una hora más contra corriente, sin nuevas consignas, sin más planes que arreglárselas como mejor entienda, sin un guiño de consuelo, se quedó Cristiano.

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El partido del entrenador se había terminado. Empezaba el partido de los jugadores. Mourinho lo supo porque resolvió meterse bajó la bóveda de metacrilato del banquillo, protegerse de la borrasca, y dejar que sus muchachos se hicieran mayores ellos solos. El fútbol es un negocio curioso y hay entrenadores que saben exactamente cuándo mover los hilos y cuando dejar que los futbolistas se las apañen. Ayer, el que menos soportó la vida a la intemperie fue Cristiano.

"El Barça juega más tiqui-taca y nosotros más con el objetivo de llegar más rápido adelante", dijo Cristiano antes del partido. No contabilizó que para contragolpear había que robar algunos balones, y hacerlo con cierta frecuencia. No imaginó que se pasaría el partido esperando bajo la lluvia a que le llegara una pelota. Tampoco sospechó que hay ocasiones en que tener paciencia es más difícil que ser valiente. Y, como perdió la calma, acabó metiéndose en líos. Fue cuando le dieron un pase y el balón se fue fuera precisamente frente al banquillo local.

Guardiola controló la pelota con mucho garbo y se la llevó con el pie a las manos. Este gesto técnico sacó de quicio a Cristiano, que empleó sus pectorales y sus tríceps hipertróficos para empujar a Guardiola, que, hombre ligero, se sacudió como si fuese un muñeco de trapo. Acudió Iniesta, que casi se lleva un sopapo, y luego Valdés.

Hubo un conato de trifulca y el árbitro, Iturralde González, lo dirimió con una tarjeta amarilla a Cristiano. El Camp Nou le dedicó una pitada chirriante y aguda y él respondió pidiendo el balón y encarando. Encaró como un poseso. Por adentro y por las dos bandas. Chocó contra Alves y contra Abidal. Perdió las disputas individuales. Tiró un tiro libre fuera, remató otra jugada desde 40 metros, y casi se pone mano a mano con Valdés, pero el portero le sacó la pelota de un guantazo.

Más o menos así acabó la producción de Cristiano en el sexto partido de su carrera contra el Barça. Con los mismos goles que antes. Es decir, ninguno. Y con Mourinho oculto tras el banquillo por primera vez desde que llegó al Madrid. Desaparecido bajo el pertinaz cántico de la impiadosa multitud: "¡Sal del banquillo, Mourinho sal del banquillo, sal del banquiiilloooo...!".

Cristiano Ronaldo observa a Messi mientras Iturralde le amonesta.
Cristiano Ronaldo observa a Messi mientras Iturralde le amonesta.REUTERS
La impotencia de los jugadores blancos se refleja al final del partido en el lateral andaluz, que pierde los nervios y acaba expulsado.
La impotencia de los jugadores blancos se refleja al final del partido en el lateral andaluz, que pierde los nervios y acaba expulsado.AP
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