El triunfo de lo banal
Viendo películas como Quiero ser superfamosa es cuando se entiende a la perfección que la Disney no tenga el más mínimo interés en distribuir Fahrenheit 9/11. Con el documental de Michael Moore, es posible que la adolescencia americana se entere de cosas tan banales como que cualquiera de ellos puede estar con un fusil entre los dientes defendiendo a su patria dentro de unos años.
Disney prefiere centrarse en sus propios productos, como éste dirigido por Sara Sugarman, éxito en EE UU, en el que el meollo del asunto sí que es vital para la existencia de los chavales: la mitad del filme se ocupa de los esfuerzos de un par de amigas para colarse en la fiesta de su cantante preferido, y la otra mitad en la lucha a brazo partido por conseguir el mejor papel en la obrita de teatro del instituto.
QUIERO SER SUPERFAMOSA
Dirección: Sara Sugarman. Intérpretes: Lindsay Loham, Adam Garcia, Glenne Headly. Género: comedia. EE UU, 2004. Duración: 89 minutos.
La pieza en cuestión es ni más ni menos que Pigmalión, de George Bernard Shaw (autor al que un momento de Quiero ser superfamosa se piropea como "gran dramaturgo y, además, vegetariano"), aunque rebautizada con el mucho más atractivo y actual título de Eliza mola. Lo peor no es el aire de competitividad malsana que tienen los personajes, ni que todos sean rematadamente imbéciles; ni siquiera que no se tenga nada interesante que contar (se repite no menos de cuatro veces que la estrella del pop a la que admiran es "el mejor poeta desde Shakespeare"); lo lamentable es que, encima, el único mensaje que pretenden introducir de forma explícita es que los ídolos actuales de los adolescentes son "unos borrachos".
Babelia
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