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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El trabajo es un infierno

En una de las páginas de su serie Life in hell, Matt Groening, padre de Los Simpson, catalogaba los nueve tipos de jefe que a uno podían tocarle en suerte (o, más bien, en desgracia) en su puesto de trabajo: de la Anguila Escurridiza al Psicótico Jefe-Monstruo del Infierno, pasando por otras categorías no mucho más benignas. Seth Gordon, director que abrió fuego con un documental de culto sobre la épica trash de los salones de juegos recreativos -The King of Kong (2007)- y que debutó en la ficción con una comedia de impecable concepto e imperfecta resolución -Como en casa en ningún sitio (2008)-, propone en Cómo acabar con tu jefe una ampliación de la taxonomía en forma de tríptico de arquetipos: el Súper-villano de Cuello Blanco (Kevin Spacey), el Niñato Hortera Cocainómano (Colin Farrell) y la Acosadora Sexi (Jennifer Aniston). Quizá solo en el último caso estemos hablando de una improbabilidad: más cercana a la fantasía masculina que al tipo de disfunciones del comportamiento que suele conllevar el ejercicio del poder en los hábitats de oficina.

CÓMO ACABAR CON TU JEFE

Dirección: Seth Gordon. Intérpretes: Kevin Spacey, Jennifer Aniston, Colin Farrell, Jason Bateman, Jamie Foxx. Género: comedia. Estados Unidos, 2011. Duración: 98 minutos.

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Desde sus primeros minutos, Cómo acabar con tu jefe luce ese aplomo de producto clase A que parece haber reconquistado la comedia norteamericana en los últimos años: como en una suerte de revisión masculina de Cómo eliminar a su jefe (1980) de Colin Higgins, la película propone una farsa negrísima que encuentra su combustible cómico en el contraste entre un reparto estelar que, en la silla del jefe indeseable, ahonda en (o rompe con) su imagen habitual y el trío de actores de comedia (Bateman, Day y Suideikis) que modula su patetismo loser en crispada complicidad.

La película funciona como un reloj, su ritmo no decae y su sentido del espectáculo es firme en todo momento, pero quizá habría sido deseable que, al modo de Trabajo basura (1999) de Mike Judge o de la serie británica The office (2001-2003) -olvidémonos de su versión americana, que aplicaba un barniz menos áspero sobre el asunto-, Gordon se hubiese atrevido a adentrarse en el corazón de las tinieblas de los nuevos ámbitos laborales. En otras palabras, la película trata al mal jefe como monstruosidad a batir y no como cara visible de un problema mayor: Gordon ha hecho una comedia apolítica sobre el mundo laboral y el momento que vivimos reclamaba otra mirada, otra ferocidad.

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