Una pornografía asexuada
Las cucamonas de un chimpancé en un calidoscopio de entornos virtuales ilustran los créditos finales de esta película tan leve como aparatosa, mientras, en la banda sonora, una versión robustecida de la sintonía de la serie original (Mach go, go, go, 1967), puntuada por samplers de sus viejos diálogos, se va convirtiendo en un contagioso reggaeton. Es toda una declaración de principios: ¿cuánto tiempo hacía que ustedes no veían una película en la que un chimpancé actuase como contrapunto cómico? Por un lado, el último trabajo de los Wachowski es un camino de regreso a las fuentes fundacionales de la chorrada primigenia: fruto de la añoranza por un modelo de ingenuidad que ya no se estila. Por otro, Speed racer avanza en línea recta hacia la meta de forjar una novísima modalidad de cine-espectáculo, capaz de canibalizar todos los referentes que definen la contemporaneidad, desde el lenguaje publicitario hasta la dinámica de los videojuegos, pasando por la lubricidad rítmica del reggaeton. El resultado se parece a una suerte de guardería esférica y multicolor situada, en precario equilibrio, al borde de un acantilado que marcase el centro justo de la ruta del bakalao. Uno no está seguro de si los niños del futuro encerrados en su interior están siendo educados para la conducción suicida o para la politoxicomanía. O, quizá, para adaptarse a ese mundo tremendamente sexual y, a la vez, desoladoramente asexuado que esboza la película como porvenir.
SPEED RACER
Dirección: Andy y Larry Wachowski.
Intérpretes: Emile Hirsch, Matthew Fox, Christina Ricci, John Godman, Susan Sarandon, Scott Porter.
Género: aventuras. EE UU, 2008.
Duración: 129 minutos.
Meteoro supuso la primera toma de contacto del televidente español con las libertades estilísticas del anime, aunque, entonces, nadie era demasiado consciente de la idiosincrasia del producto: jugueteos con la dilatación temporal, tránsitos abruptos de lo caricaturesco a lo dramático, uso de fondos abstractos en momentos de tensión... Todo, al servicio de una fantasía desbordada a la medida del sentido del exceso de toda imaginación infantil: volcanes, carreras en paisajes imposibles, inmersiones constantes en el delirio de filiación pulp... Los Wachowski no han hecho concesiones a la nostalgia y Speed racer no es tanto una adaptación como un pretexto para esbozar un febril lenguaje de la espectacularidad digital que, entre otras ambiciones, busca abolir la retórica del plano y contraplano y doblegar las leyes del espacio y el tiempo cinematográficos. El resultado es técnicamente impecable, pero desoladoramente aburrido: da la impresión de que los Wachowski no han caído en la cuenta de que la emoción aún no había alcanzado su fecha de caducidad.
Babelia
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