Un musical 'petardo'

Autor de una ópera prima, Piedras, que dio mucho que hablar (a pesar de su más que discutible regocijo por la capacidad de sufrimiento de las mujeres), el malagueño Ramón Salazar se empeña en compatibilizar un universo personal recorrido por una vena indisimuladamente petarda y festiva con los modos de hacer de los géneros clásicos, que el antiguo alumno de la Escuela de Cine de Madrid que es demuestra conocer mejor que la media de su generación. Aquí, regresa a una temática que bien pudiera (es el caso de este cronista) dejar perfectamente fría a una parte de la audiencia, el vehemente deseo de un travestido (Mónica Cervera, en un ejercicio de franca potencia interpretativa) de someterse a una operación de cambio de sexo, por encima de cualquier otra consideración, incluido, quién lo diría, del amor.

La forma mediante la que se cuenta ese deseo no es otra que el musical clásico, el gran musical de la Metro de los cincuenta: coreografías con docenas de bailarines, la Gran Vía madrileña convertida en una avenida a lo Un día en Nueva York y, en general, bastantes guiños al clasicismo del más americano de los géneros constan en el haber del filme. Y ahí es donde surge el mejor Salazar, el alumno aplicado: esa cámara que se mueve con levedad, el impresionante colorido de decorados y vestuario, la agilidad de los danzarines...

Todo lo demás desmerece este peculiar fragmento, que parece salido de otro tiempo. Ni el guión, estirado y carente de contención (llega casi a las dos horas de duración), el gusto por un universo cotidiano canalla, sucio y desvencijado (¡esa comunidad de vecinos en la que se concentra lo peor de cada casa!) y por una provocación apta sólo para el gusto de algún que otro gay despistado son otros tantos puntos negros de una película que gustará tal vez a espectadores poco exigentes y a amantes del cine como provocación sexual, pero difícilmente a nadie más. Y es una lástima: el día que Salazar tenga un guión más mesurado y unos personajes más creíbles hará la película que, aunque no lo parezca, esperamos quienes apreciamos de él las cualidades de su oficio.