Una intriga mínima
Cuando un director llega a una situación de cierta autocomplacencia, los giros de estilo son bienvenidos. Salgan redondos o salgan a medias. A Carlos Sorín, El gato desaparece, intriga psicológica con ecos de Roman Polanski y retrato de personajes y de modelo social a lo Claude Chabrol, le ha salido solo a medias. Pero, a pesar de todo, su giro desde su meritorio cine de exteriores rurales, actores no profesionales, humanismo de terruño y relato minimalista (Historias mínimas; Bombón, el perro, El camino de San Diego) hacia este cine clásico de género, exclusivamente de interior, es bien recibido.
"¿Qué tenemos en nuestras cabezas?". Con esta frase como hilo conductor, Sorín establece un duelo psicológico entre un profesor universitario que acaba de salir del psiquiátrico, pero que parece vivir una nueva placidez, y su esposa, que, paradojas de la existencia, es la que comienza a encontrarse al borde de un ataque de nervios. Desde el realismo inicial, casi costumbrista, hasta la demencia final, El gato desaparece establece una maquinación creciente que solo se desvanece cuando, sobre todo en la banda sonora, se gira en el tono con demasiada brusquedad. Y aunque la incertidumbre domina el relato por encima de sus defectos, el desenlace, presuntamente impactante pero solo truculento, deja un poso final de simple ejercicio de estilo, de intriga demasiado mínima.
EL GATO DESAPARECE
Dirección: Carlos Sorín.
Intérpretes: Luis Luque, Beatriz Spelzini, María Abadi, Norma Argentina.
Género: intriga. Argentina, 2011.
Duración: 85 minutos.
Se trata de una historia psicológica con ciertos ecos de Roman Polanski
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