La familia de Capra
El pintor Norman Rockwell y el cineasta Frank Capra han dado un salto en el tiempo desde su tumba y han resucitado en una comedia romántica del siglo XXI. Las políticas económicas del new deal del presidente Roosevelt quedan muy lejos, pero el ambiente familiar viene a ser el mismo. Las comidas alrededor del pavo; la superación de problemas con la ayuda de todos y cada uno de los miembros del clan; los niños comiendo tortitas; el fraternal reparto de actividades; las canciones nostálgicas interpretadas en grupo; vive como quieras, pero de compartir habitación hasta el matrimonio, te olvidas. Sólo falta la valla pintada de blanco rodeando el pequeño jardín. Puro aliento Capra, retratado con los encantadores trazos de Rockwell. Peter Hedges, director y guionista, ha compuesto en Como la vida misma una comedia de otro tiempo; o, quizá, una comedia actual sobre una familia de otro tiempo alimentada con valores de siempre.
COMO LA VIDA MISMA
Dirección: Peter Hedges.
Intérpretes: Steve Carell, Juliette Binoche, Dane Cook, Dianne Wiest.
Género: comedia romántica. EE UU, 2007.
Duración: 98 minutos.
A Binoche le cuesta encajar como mujer que inspira alegría de vivir
Habrá quien se sienta estragado ante la sobredosis de buen rollo. Y habrá quien, a pesar de tanta tortita con caramelo, se sienta lejos del empacho y cerca de la gloria. Sin embargo, más allá de la condición ideológica de la película, de evidente raigambre conservadora, a Como la vida misma hay que reconocerle la capacidad para crear ambientes de simpatía y la aptitud para los diálogos cómplices. Eso sí, Hedges y su coguionista, Pierce Gardner, no han controlado del todo las dosis. Cierto que un juego practicado en común y escenificado con la debida cordialidad puede crear el ambiente necesario para que el espectador se sienta partícipe del grupo retratado en la ficción. Pero de ahí a que el fin de semana familiar en casa de los abuelos se convierta en un canto a la gincana de fuste limitado hay un largo trecho. A saber, en una hora y media de metraje la audiencia debe asistir a un campeonato de crucigramas por sexos, a una sesión de aerobic mañanero, a un recital teatral, a una partida de bolos, a un partido de fútbol, a una sesión pianística y a una prueba de mímica cinéfila. Todo ello practicado por abuelos, hijos y nietos. En un tan maravilloso como falaz contubernio. Cuando Hedges y Gardner se ponen a escribir diálogos demuestran talento para la réplica ingeniosa, e introducen en su historia dos excelentes giros de guión en los momentos justos (hacia el minuto 25 y alrededor de la hora de metraje), pero el problema es que todo el rato están huyendo de lo que realmente importa a base de jueguecitos. Y la vida es algo más que una partida de bolos entre el viudo que interpreta Steve Carell y la nuera/cuñada/tía/esposa perfecta que parece representar Juliette Binoche. Carell, como ya demostró con su intelectual suicida de Pequeña Miss Sunshine, es un actor ideal en la ambivalencia entre comedia y tragedia, pero quizá se le note falto de recursos en los pasajes de drama puro. Mientras, quizá marcada por la enorme cantidad de papeles tortuosos interpretados a lo largo de su carrera, a Binoche le cuesta encajar como modelo de mujer que inspira la alegría de vivir.
Hedges, que debutó en la dirección con otra tragicomedia familiar, la estimable Retrato de April (2003), afirma que una de sus comedias favoritas de todos los tiempos es la portentosa Harold y Maude (Hal Ashby, 1971), así que, en la línea de aquélla (con canciones de Cat Stevens), encargó la banda sonora al cantante de pop Sondre Lerche. Lástima que se le olvidara la mala baba de la película de Ashby, comandada por el amor entre un adolescente y una anciana adictos a los entierros. En clave político-cinematográfica, una parte del cine americano está mirando con fruición y desparpajo a los magníficos años setenta de Hollywood (Syriana, Buenas noches, y buena suerte, Michael Clayton...), pero en torno a la comedia algo no acaba de funcionar. Se busca la excentricidad expositiva de aquellos años, pero parece que ideológicamente lo que se añora es el ideal ético de Capra. Y si no, sólo hay que echar un vistazo a las interioridades morales de éxitos como Pequeña Miss Sunshine o Juno, magníficas ambas, pero desde luego en las antípodas del ideal de rebeldía que algunos le presuponen.
Babelia
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