Dos en un burro
Entre la desmitificación y la charlotada hay un gran trecho. Un camino que Inés París, directora y guionista de Miguel y William, ha recorrido con una carencia absoluta de recursos dramáticos y una descomunal falta de respeto en su casi vergonzante comedia sobre el supuesto encuentro entre Cervantes y Shakespeare alrededor de una atractiva mujer.
"Si vuestras obras no han triunfado se debe seguramente a que son menos zafias que el gusto actual del vulgo", le dice el personaje puente, interpretado por Elena Anaya, a un don Miguel algo desanimado por sus fracasos teatrales. Tiene gracia que semejante frase haya sido escrita por la misma persona que, un rato más tarde, decide filmar a un histriónico y descontrolado Shakespeare (a Will Kemp le hubiese venido bien una tila antes de cada toma) morreándose en un callejón oscuro con un monje de la Inquisición, incluyendo un rijoso primer plano del culo desnudo del sacerdote.
MIGUEL Y WILLIAM
Dirección: Inés París. Intérpretes: Elena Anaya, Juan Luis Galiardo, Will Kemp, José María Pou. Género: comedia. España / Reino Unido, 2007. Duración: 110 minutos.
París, en su debut en solitario tras compartir el timón de la escritura y la dirección con Daniela Fejerman en las más bien bobas A mi madre le gustan las mujeres y Semen, una historia de amor, parece tener miedo de que el gran público al que pretende captar huya mentalmente en escenas presididas por la sofisticación y la poesía (real) escrita por ambos bardos.
Así, en medio de una escena medianamente concebida, siempre surge el cortante resorte de réplicas del tipo: "¡No le mires tanto el escote, que te estoy viendo!". Colocar en la trama a un tipo gordo llamado Sancho, elucubrar sobre un tal Otelo, montar en burro a Shakespeare y llevar a éste de cama en cama no parece suficiente material como para asaltar la memoria histórica y artística de dos genios.
Babelia
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