Vuelta al talento del televisivo Dennis Potter
El protagonista de El detective cantante, que en la serie televisiva contó con el impresionante talento de Michael Gambon para encarnarlo, ahora vuelve a tener suerte -y es el mayor logro, de lejos, de este largometraje- y se beneficia de un Robert Downey Jr. en pleno control de sus múltiples habilidades, situación poco habitual dado lo proclive que es este actor al exceso. El personaje de Downey, con el que obtuvo el premio al mejor actor en el último festival de Sitges, es un escritor enfermo, una creación sin duda autobiográfica, no en vano Potter padeció en vida una furibunda variante de la psoriasis que lo mantuvo postrado y con dificultades motoras durante largo tiempo. No un escritor consagrado, ni mucho menos: sólo escribe noveluchas de quiosco, tiene incontables deudas, es virulentamente celoso y tiene un carácter que la enfermedad no hace precisamente benévolo: en guerra contra todo y contra todos, empezando por él mismo, su estancia en el hospital es un calvario para cualquiera que se le acerque.
EL DETECTIVE CANTANTE
Director: Keith Gordon. Intérpretes: Robert Downey Jr., Robin Wright Penn, Mel Gibson, Jeremy Northam, Katie Holmes, Adrien Brody, Jon Polito. Género: criminal fantástico. Estados Unidos, 2003. Duración: 105 minutos.
Gran eficacia
La novedad que aportaba la serie y que ahora recupera este filme, que no es una versión reducida de aquélla -tiene un final feliz contrario al espíritu de la primera, por ejemplo-, sino una reelaboración hecha por el propio Potter antes de morir, es la hábil mezcla de realidad, lucubración creadora y números musicales, que forma un continuo narrativo de gran eficacia. Siempre está claro en qué terreno estamos, pero las cosas que ocurren en las, digamos, tres realidades se complementan, contrarrestan y anulan constantemente.
La historia, que cuenta con secundarios de lujo, entre ellos un irreconocible Mel Gibson -que es también el productor-, se desarrolla ante nuestros ojos no sin problemas. Cierto; lo que se cuenta tiene la fuerza de la novedad, el dramatismo de la enfermedad, que, no obstante, se toma también con ironía -véase la extraordinaria secuencia de la erección del escritor mientras le pone pomada la atractiva Katie Holmes-; la inteligencia de proponer un personaje difícil que, no obstante, pronto se hace con nuestra aquiescencia.
Pero no es menos cierto que Keith Gordon, que tiene a sus espaldas una larga carrera como actor y director ciertamente poco ilustre, no es precisamente un prodigio narrando y además no luce cómodo en algunos momentos claves -los números musicales le quedan considerablemente grandes-, de forma que al final sólo los actores aguantan una película tan extraña como interesante, tan a contramano como el inusual talento de su añorado, inspirado creador.
Babelia
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