Populismo y catana
La cartelera reciente ha dado más de un motivo para preguntarse dónde empieza lo cinematográfico y dónde termina lo televisivo. Misterios de Lisboa, de Raúl Ruiz, y Carlos, de Olivier Assayas, proporcionan alicientes para un debate que, como todas las discusiones fértiles, no tiene resolución fácil.
Águila Roja, la película no da pie a debate: el trabajo de José Ramón Ayerra, fogueado como realizador en series como Compañeros, El internado, Javier ya no vive solo, Los Serrano, Los hombres de Paco, Lex y, cómo no, Águila Roja, es, sin margen para la duda, televisión. Eso sí: mala televisión, hinchada contra natura para que las calidades de su ratonera imagen en vídeo resulten incluso agresivas en una gran pantalla.
ÁGUILA ROJA, LA PELÍCULA
Dirección: José Ramón Ayerra. Intérpretes: David Janer, Martina Klein, Javier Gutiérrez, Roberto Álamo. Género: Aventuras. España, 2011. Duración: 120 minutos.
La película toma la opción legítima de plantearse como superepisodio diseñado como puente entre temporadas, pero subleva comprobar que, más allá del metraje y de algún rácano despilfarro de producción -el tigre, por ejemplo-, el salto de medio les haya quitado tan poco el sueño a los responsables, que no parecen haber invertido ni medio segundo en plantearse una sofisticación de la tosca escritura visual de la serie. Cuando, hacia el final de esta historia conspirativa donde Francia y Gran Bretaña ansían repartirse nuestro territorio, el personaje encarnado por Javier Gutiérrez exclama, sin sonrojo, ni aparente quiebro torrentiano, "¡estoy orgulloso de ser español!", un servidor no pudo evitar pensar que, si el plan diabólico de la trama hubiese triunfado, quizá a estas alturas nuestra ficción televisiva estaría más cerca de la BBC que de este atroz posibilismo populista de capa y espada. Hay quien dice eso tan discutible de que, ahora mismo, el mejor cine está en televisión: Águila Roja, la película supone la demostración de que, en ocasiones, la peor televisión está, también, en el cine.
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