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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melodías educativas

Javier Ocaña

Los ocho millones de franceses que han pasado por taquilla la han convertido en un verdadero fenómeno social. Y los miembros de la Academia del Cine la han refrendado como su candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Christophe Barratier, director y escritor debutante de Los chicos del coro, es sin duda el triunfador del año en el país galo gracias a una película clásica para todos los públicos, con protagonistas de todas las edades y con la mezcla exacta de ternura, pasión, búsqueda de la justicia, valoración de la genialidad y un espíritu medianamente travieso sin pasarse lo más mínimo de la raya.

Jacques Perrin, productor e intérprete con un pequeño papel en la historia, ejerce de enlace con la película que ofrece la verdadera medida de la esencia de Los chicos del coro: Cinema Paradiso. El tono melancólico, la época en la que se ambienta, la importancia primordial de la música y las evidentes intenciones de conmoción (y hasta de lágrimas) llevan a la película de Barratier por el mismo sendero que pisó la de Giuseppe Tornatore en 1989. Además, como en ésta, Los chicos del coro tiene un prólogo y un epílogo protagonizados por Perrin: una conversación que encierra un larguísimo flash-back con un aleccionador paseo por la educación en tiempos de posguerra.

LOS CHICOS DEL CORO

Dirección: Christophe Barratier. Intérpretes: Gérard Jugnot, Marie Bunel, Jean-Baptiste Maunier, François Berléand. Género: melodrama. Francia, 2004. Duración: 95 minutos.

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Francia acaba de salir del agujero de la invasión nazi pero aún no ha espantado los fantasmas del fascismo. El internado de reeducación de menores en el que se ambienta la historia está comandado por un represivo director de despóticos ademanes. Un autoritario mandamás en el que el guionista Barratier no ha controlado del todo su odio, convirtiéndolo en el único personaje de una pieza, plano, sin defensa posible (puede que no la tuviera, pero al menos era necesario ofrecérsela). Lo que sí evita bien el director Barratier es la caída en el ternurismo más barato. A pesar de que son indudables sus intenciones lacrimógenas, esa búsqueda se ejercita siempre por caminos muy académicos y nada tramposos.

Estamos cerca de cintas clásicas como Siguiendo mi camino (1944), donde el norteamericano Leo McCarey también utilizaba la música para amansar a las fieras de un orfanato con la ayuda de la voz de Bing Crosby. Barratier sabe unir el entusiasmo con la delicadeza y el humor con el amor en una película de aliento humano que también destaca por la credibilidad y la expresividad de los rostros infantiles. Desde luego, ingredientes suficientes para que Hollywood se fije en ella ante la futura lucha con Alejandro Amenábar y alguno más por el preciado Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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