Lejos del cielo
François Ozon es una de las muchas evidencias de que la cinematografía francesa vive en constante proceso de relevo generacional, sin largas sequías de ambición creativa. El cineasta tuvo una de sus cartas de presentación en un espléndido mediometraje, Regarde la Mer (1997), que, en tan sólo 52 minutos, detallaba el proceso entrópico generado cuando una presencia extraña se adentraba en el esencial círculo de afecto formado por una madre y su bebé. No había ningún plano -salvo, quizás, el golpe de efecto final- que sacara pecho en el curso de una narración sutil, compleja, con la trastienda cargada de subtextos y razones que Ozon no necesitaba subrayar, ni siquiera formular en voz alta. Por supuesto, no había plano que no estuviese contando algo, aportando información relevante, dando armas al espectador para descifrar lo que estaba viendo. Regarde la Mer no dejaba lugar a dudas: en el joven Ozon había la posibilidad de un gran cineasta.
RICKY
Dirección: François Ozon. Intérpretes: Sergi López, Alexandra Lamy, Mélusine Mayance, Arthur Peyret.
Género: Drama. Francia-Italia, 2009. Duración: 90 minutos.
Una película dura, inquietante y hermosa camuflada de discreta y menor
En Ozon hay, asimismo, un alma inquieta empeñada en borrar rastros que inviten al crítico a insistir en señas de identidad estéticas o constantes autorales, aunque las dinámicas de relación -en todas sus variantes- formen la transparente espina dorsal de una filmografía en perpetuo cuestionamiento de sí misma. Ricky -casi su antepenúltimo largometraje: le siguen Le Refuge, premiada en el último Festival de San Sebastián, y Potiche, en fase de posproducción-, funciona como una variable de la fundacional Regarde la mer, con elementos fantásticos acaso filtrados por las corrientes subterráneas de Amantes criminales (1999), su perversa revisión de los siempre perversos cuentos de hadas.
La relación de parentesco entre Regarde la mer y Ricky no es sólo temática: ambas están escritas en una misma caligrafía económica, elíptica, gratamente empeñada en no subestimar la inteligencia del espectador, ni su capacidad para extraer sus propias conclusiones o su lectura personal de una ficción que prefiere abrirse a la(s) interpretación(es) que esclarecer su diccionario de metáforas. En las dos películas hay, también, escenas de masturbación femenina que sirven antes para definir a un personaje que para espolear el morbo del espectador.
El nacimiento de un bebé al que le crecerán alas -y que ni el espectador más cándido confundirá con un ángel- parte en dos un relato que, por un lado, se acerca a lo que podría ser Cabeza borradora (1977) si alguien lograra extirpar al clásico de Lynch la oscuridad, salvaguardando todas sus turbulencias y su ambigüedad onírica, y, por otro, se presenta como enigmática mirada sobre las fuerzas centrífugas que cada nueva presencia -un amante, un hijo- pone en marcha en toda parcela de afecto, por desamparada, frágil y provisional que ésta sea. Ozon adapta muy libremente el relato Moth de Rose Tremain, del libro The Darkness of Wallis Simpson, y obtiene una película dura, inquietante, hermosa y grande, aunque se camufla de discreta y menor.
Babelia
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