Frenesí sentimental
El director estadounidense Douglas Sirk afirmaba que uno de los objetivos de su trabajo solía ser "doblegar historias". A menudo encargado de dirigir guiones ajenos cuya verosimilitud iba más allá de toda lógica, Sirk impuso en ellos un sello formal (intensidad del color, constantes movimientos de cámara, preponderancia de la música, utilización de los primerísimos planos...) que, más que otorgar coherencia a las historias rebajando la grandilocuencia interna, lo que hacía era imprimirles aún más vehemencia, llevando la película hasta un esplendoroso terreno cercano a lo místico gracias a la acumulación de recursos.
El italiano Gabriele Muccino, desde la dirección, y el actor Will Smith, como impulsor de los proyectos por medio de la financiación y de la imagen, parecen empeñados en algo parecido: en un nuevo cine místico para paladares poco (o nada) alérgicos al triunfo de lo melifluo, al triunfo de la bondad por encima de cualquier desavenencia; un estilo del que Siete almas, tras la exitosa En busca de la felicidad (2006), se configura como segunda tentativa.
SIETE ALMAS
Dirección: Gabriele Muccino.
Intérpretes: Will Smith, Rosario Dawson, Woody Harrelson, Barry Pepper.
Género: drama. EE UU, 2008.
Duración: 123 minutos.
Si en Obsesión (1954) la redención moral de Rock Hudson pasaba por convertirse, partiendo desde cero y ya en la madurez, en el mejor cirujano oftalmológico del mundo sólo para poder curar la ceguera causada a una mujer en un accidente, en Siete almas Will Smith supera la inverosímil prueba de Hudson con una serie de acciones cercanas al éxtasis espiritual. Basada en un guión del desconocido Grant Nieporte, la película utiliza el recurso de la desestructuración del continuo temporal, a la manera Guillermo Arriaga-González Iñárritu, otorgándole así un elemento casi de suspense acerca de la naturaleza de las maniobras de su protagonista. Sin embargo, la redención emprendida por el personaje principal nunca llega a ser moral, porque no hay trascendencia suficiente. Sólo es sentimental. Las canciones, la lluvia, el llanto en primer plano, los ralentís, la luz... Todo conduce a una apoteosis de lo cursi que, al menos, es absolutamente sincera. Muccino y Smith no disimulan: pretenden inundar la platea de lágrimas apelando a la supuesta delicadeza de un espectador muy concreto. Y lo consiguen.
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