Flores y tetas de Yorkshire
"Las flores de Yorkshire tienen una última fase que es la más gloriosa y luego se marchitan en un santiamén". Se oye esta frase, u otra muy parecida, en Las chicas del calendario, y la película es exactamente eso: 12 mujeres de esa región de Inglaterra se miran al espejo y encuentran en sus -por encima del medio siglo- años los rasgos de esa gloriosa última plenitud de que gozan, antes de marchitarse, las flores de su tierra.
Y -a la sombra millonaria de Full Monty y tirando de ellas la inmensa Helen Mirren- esas mujeres inician, en un pueblo que les viene un poco estrecho, la pequeña y preciosa aventura de dar a conocer al mundo su esplendor escondido, editando un calendario en el que cada una se desnuda -o, lamentablemente, casi se desnuda- para dar su cuerpo a un mes y sacar con la audacia unos pocos dineros altruistas.
LAS CHICAS DEL CALENDARIO
Dirección: Nigel Cole. Guión: Tim Firth y Juliette Towhidi. Intérpretes: Helen Mirren, Julie Walters, John Alderton, Linda Basset, Annette Crosby, Celia Imrie, Geraldine James. Género: comedia . Reino Unido, 2003. Duración: 108 minutos.
Dije que era una aventura pequeña y el transcurso de la película lo pone irrefutablemente de manifiesto. Porque la brava ocurrencia, al no asumir la película la gloriosa plena desnudez de las 12 flores maduras, se vuelve -dejando caer falsamente que es cine rompedor- timorata, rosácea y dulzona, por lo que pierde demasiado pronto su eficacia y su frescura iniciales y a media película la pantalla se hace morosa y reiterativa. Y el intento de remediar esta cortedad con la oportuna y oportunista variante californiana de las damas británicas huele a recurso de ratas, a mano de expertos en echar balones al graderío y de distraer al espectador con guindas fuera de tarta.
Vista así, la historia no da abasto para un largometraje, que se sostiene en la pantalla no por la imaginación del guionista ni por la agudeza de la mirada del director, sino por obra y gracia de las 12 maravillosas mujeres provincianas arrastradas a esta singular osadía -que cuentan ocurrió realmente- por la irresistible Helen Mirren, escoltada nada menos que por la inalterable hermosura de Julie Walters.
La película, que comienza gozosamente, se hace al final errática, perdida en circunloquios, lo que es indicio seguro de que le falta grano y cubre su ausencia con paja. Pero, una vez más en el cine británico, la pericia y el talento de los intérpretes -no sólo la genial Mirren y la explosiva Walter, sino todos, o casi todos- tienen tanta capacidad de seducción que no hay manera de apartar los ojos de la pantalla, siguiendo su rastreo de cada esquina, por inane que sea, de lo que hacen y dicen estas inefables 12 señoras con las tetas más o menos al aire.
Babelia
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