Embalsamando el antifaz
A pesar de que, en una historieta aparecida en 1947, Will Eisner le tomó el pelo al mismísimo Orson Welles -a través del pomposo personaje secundario Awsome Bells-, no resulta exagerado afirmar que The Spirit bien podría ser el Ciudadano Kane de las viñetas: la sostenida intensidad formal de ambos trabajos parece resuelta a explorar (y casi agotar) las posibilidades expresivas de su respectivo medio en un deslumbrante recital de virtuosismo exhibicionista.
Como en el caso de Welles, la forma en Eisner servía, por supuesto, al fondo: el autor esbozó una suerte de protoposmodernidad en el tratamiento de la figura del héroe, con constantes saltos entre lo ridículo y lo dramático y un radical empeño en cuestionar la centralidad del arquetipo. The Spirit es, muchas veces, una ausencia en The Spirit: una sombra intuida a fondo de plano, el figurante en su propio tebeo, una fantasmagoría, una excusa para articular una narrativa de la ciudad -de la imaginaria ciudad noir- a partir del trenzado de micronarrativas parciales protagonizadas por personajes ridículos, antiépicos, poéticos, grotescos y/o insignificantes. The Spirit es una de las cumbres del medio -casi un curso enciclopédico sobre sus posibilidades expresi-vas- y una adaptación a cualquier otro lenguaje no sólo es imprudente, sino un camino seguro hacia la inevitable insatisfacción del lector devoto.
THE SPIRIT
Dirección: Frank Miller.
Intérpretes: Gabriel Match, Samuel
L. Jackson, Scarlett Johansson, Eva Mendes, Paz Vega, Jaime King.
Género: acción. EE.UU, 2008.
Duración: 103 minutos
Cuando Frank Miller -otro historietista portentoso de trazo sintético y perfecto dominio de la planificación- anunció su empeño de llevar The Spirit al cine, las suspicacias de los lectores no se hicieron esperar. Miller cometía cierto pecado de arrogancia al autoerigirse en heredero natural del arte de Eisner y, por tanto, en guardián de sus esencias. También es cierto que el autor de Sin city estaba en su derecho de hacer su propia lectura del clásico: el original no era, precisamente, un discurso cerrado y constantemente ponía en cuestión su propio canon, luchando contra la fosilización de sus códigos. La polémica, por tanto, era excesiva. La cuestión a dilucidar era si la lectura milleriana (y cinematográfica) de la obra de Eisner podía llegar a ser interesante, aportar algo o tener poder de seducción.
Frank Miller, en su debut como cineasta en solitario tras la experiencia compartida de Sin city, interpreta The Spirit en la misma clave estética de esa película, aunque por el camino se pierde el brío cinematográfico de Rodríguez. Su aproximación es bufa (en principio, ningún problema con eso), pero Miller no parece estar precisamente dotado para el humor. Lo que reviste más gravedad es una cuestión de forma: Miller coge una historieta que era pura fluidez, invención polimórfica, flexibilidad incesante y la convierte en una película daltónica, embalsamada y terriblemente anticarismática.
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