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Reportaje:CINE DE ORO

'Días de vino y rosas'

EL PAÍS ofrece, por 8,95 euros, el amargo alegato contra el alcohol de Blake Edwards

Tomàs Delclós

Días de vino y rosas es una película en blanco y negro y no podría ser de otra manera. Los claroscuros que rodean al matrimonio Clay iluminan expresivamente el pozo por donde descienden. El filme se acerca con maestría al tema del alcoholismo. Aparentemente, un argumento fácil, muy "cinematográfico". Muchos actores han tenido piezas de lucimiento interpretando una gran borrachera. Esta película no hace tanto espectáculo de los clímax etílicos, aunque los hay, como de la degradación personal, laboral y familiar que supone la adicción. El resultado es demoledor.

No hay ningún motivo de fascinación por la pareja protagonista. Ella (Lee Remick) procede de una familia estricta, donde el cariño parece una debilidad y está, sin saberlo, enganchada al chocolate. De ahí que su salto a la ginebra no cambie inicialmente nada hasta que el abuso de brebajes la anule como mujer. Él es un oficinista harto de su trabajo, un relaciones públicas cuyos encargos rondan los menesteres del alcahuete. La bebida no les ayuda a escribir poemas ni a triunfar en nada. Todo lo contrario. El título surge de una cita del poema de Ernest Dowson, que ella recita premonitoriamente ("largos no son los días de vino y rosas, de un nebuloso sueño surge nuestro sendero y se pierde en otro sueño"). Pero no hay otros rastros de lírica en el relato.

La película se construye con grandes escrúpulos sobre la verosimilitud. Un caso, es de las pocas donde se paga el taxi. Hace saltos temporales, muy bien marcados -por ejemplo, con el crecimiento de la hija-, para atender a los episodios cruciales de la caída e intento de rehabilitación de los protagonistas y su caligrafía es sobria, con pocos efectismos.

Hay más de una dura lección en el filme, que no se contenta con advertir de los peligros del alcohol. Su director, Blake Edwards, no engaña sobre las dificultades de abandonar esta adicción. Hay una serie de escenas, casi con aromas documentales, sobre las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Allí acudirá Joe Clay para salvarse a sí mismo y, también, a su mujer. Sus progresos hacia la abstinencia tienen la consecuencia de alejarlo de su esposa, que no soporta sentirse culpable de beber sin la complicidad de su marido. Las escenas de las reuniones de Alcohólicos Anónimos y la tutela amistosa que hace sobre Clay uno de sus integrantes son una defensa clara hacia esta salida, buscar el apoyo de quien ha superado el mismo problema.

Entre los responsables de la película hay nombres que, de entrada, provocan cierta sorpresa. Jack Lemmon, que había hecho, entre otras, El apartamento y Con faldas a lo loco, y que después rodaría Irma la Dulce, estaba considerado un excelente comediante. En este caso no hay rastros de este pasado. Interpreta magníficamente un drama, trasladando la tragedia sin grandes frases ni aspavientos. En la época, más de una vez le preguntaron por esta incursión y el actor siempre respondía que ante un proyecto no le preocupaba si era drama o comedia, lo que vigilaba era el papel y la gente con la que había de trabajar. El otro nombre es el del propio director. A Blake Edwards se le recuerda por ser el creador de La Pantera Rosa, por 10, la mujer perfecta o por Victor / Victoria. Unos jueguecitos más o menos acertados que no tienen nada que ver con el empeño de esta película. Con este ejercicio demostraron ambos que son cineastas a secas, sin que su maestría esté limitada a ejercicios en un solo género. Les acompaña, sosteniendo con idéntica fuerza su personaje, Lee Remick.

No era la primera vez que el cine norteamericano se acercaba al problema del alcoholismo. Campeón (King Vidor, 1931), Días sin huella (Billy Wilder, 1945), Mañana lloraré (Daniel Mann, 1955) son algunos precedentes. Hollywood tuvo algunos problemas por la abundancia de filmes donde alguien sale con un vaso en la mano. Tan abundante es esta filmografía que ha permitido libros como el de Howard Good sobre las películas de periodistas bebedores.

El código de censura que adoptó la propia industria establecía que el "uso de licores en la vida americana, cuando no lo requiera el argumento, o por necesidades de caracterización, no debe ser mostrado". El consejo, difícil de desoír en los años más duros, se asemeja a la recomendación de no mostrar suicidios o evitar que un matrimonio duerma en la misma cama. La mejor manera de sortearlo era mostrar la conducta para reprobarla, con desigual grado de fariseísmo. Según Good, entre 1908 y 1989, Hollywood hizo al menos unos 600 filmes en los que uno o más de los principales personajes tenían problemas con la bebida. El propio American Film Institute cataloga más de 100 películas bajo la etiqueta temática de "Alcoholismo".

Alcohólicos Anónimos (AA) se creó en Estados Unidos en 1935. Basada en el socorro de ex bebedores a enfermos, una de sus convicciones fundacionales es que el único remedio para esta enfermedad es la abstinencia total. Según cuentan las filmografías, la primera enunciación cinematográfica explícita de los principios de AA fue en el filme de 1951 Come fill the cup (Veneno implacable).

El filme de Edwards, como otros cuantos, es distinto. No es que salgan borrachines con un papel destacado, es que el argumento nuclear y único son las consecuencias de beber abusivamente, el despeñamiento hacia la adicción, el duro combate por abandonarla y la desigual fortuna en conseguirlo.

Lee Remick y Jack Lemmon, en un fotograma de <i>Días de vino y rosas.

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Lee Remick y Jack Lemmon, en un fotograma de Días de vino y rosas.

Oscar a la mejor canción

Días de vino y rosas se realizó en 1962. Sus principales intérpretes fueron Jack Lemmon, Lee Remick, Debbie Megowan, Jack Klugman, Maxine Stuart y Alan Hewitt.

Director: Blake Edwards. Productores: Martin Manulis. Guionista: J. P. Miller. Fotografía: Philip H. Lathrop. Música: Henry Mancini.

La película fué seleccionada cinco veces como candidata para los Oscar; sin embargo, sólo Henry Mancini, por la canción original de la película, logró convencer finalmente a la Academia. El Festival de San Sebastián otorgó otra suerte al filme y premió a Jack Lemmon y a Lee Remick por sus brillantes trabajos como mejor actor y mejor actriz, respectivamente.

En su siguiente película, Blake Edwards regresaría de nuevo al terreno de la comedia con La Pantera Rosa, la primera de una saga que inauguraría una estrecha relación con Peter Sellers.

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