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Reportaje:

Dalí entre Buñuel y Harpo Marx

Un estudio desmenuza el romance del pintor con el cine y su industria

Ángel S. Harguindey

"A los 27 años, recién llegado a París, realicé en colaboración con Buñuel dos películas que han pasado a la historia: Un perro andaluz y La edad de oro. Después, Buñuel trabajó solo y dirigió otras dos películas, con lo que me hizo el inestimable favor de revelar al público a quién se debía el aspecto genial y a quién el aspecto primario de Un perro andaluz y de La edad de oro". Así de contundente se mostraba Salvador Dalí en el artículo Mis secretos cinematográficos, publicado en Le Parisien en febrero de 1954, y que ahora se recoge en el libro Dalí y el cine (Electa), en el que, en edición de Matthew Gale, se recopilan textos del propio pintor y de diversos estudiosos además de incluir más de 100 reproducciones de pinturas, dibujos, guiones y fotografías.

En 'Caos y creación' contó con Halsman, dos modelos y una porqueriza
Tuvo una fluida relación con Hollywood y trabajó con Hitchcock
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En ese artículo, el genial relaciones públicas y mago del marketing, explicaba a los lectores sus planes sobre una película que llevaba años tratando de realizar: "Si llego a rodar mi película", escribe, "quiero asegurarme de que será de principio a fin, sin interrupción, un prodigio, pues no vale la pena molestarse para ir a ver espectáculos que no sean sensacionales. Cuanto más numeroso sea mi público, más dinero proporcionará la película a su autor, con tanta justicia bautizado Avida Dollars". Sin ningún pudor, y asumiendo la definición que de él dio André Breton, Dalí desarrolla su concepto del cine y ofrece algunas pistas de lo que sería La carretilla de carne, en el supuesto de que se realizara, lo que finalmente no ocurrió: secuencias en las que estallan cinco grandes cisnes repletos de granadas; o la que se rodaría en la plaza de la Fontana de Trevi, en Roma, en la que desde algunas de las ventanas de los edificios de la plaza se lanzarían al agua seis rinocerontes; un amanecer en la Place de la Concorde por la que cruzarían 2.000 sacerdotes en bicicleta o la que se desarrollaría en el lago de Vilarbetrán, en Girona, y en la que una anciana vestida de torero, aterida de frío por el agua que le llegaría a la cintura, haría equilibrios en su rapada cabeza con una tortilla francesa.

Agustín Sánchez Vidal, uno de los colaboradores del libro, analiza las distintas etapas del proyecto cinematográfico de Dalí que, para mayor provocación intelectual, no dudaba en reivindicar como místico frente al abominable materialismo, lo que no le impedía acumular dólares o pergeñar algunas páginas del guión en el papel del muy caro y elegante St. Regis Hotel de Nueva York, un detalle que tampoco es sorprendente pues bastantes años antes, Buñuel y Dalí habían rodado la escandalosa La edad de oro (1930) con el dinero de los vizcondes de Noailles. También es verdad que al día siguiente del estreno del filme en París, Charles de Noailles fue expulsado del Jockey Club y su madre tuvo que hacer un precipitado viaje a Roma para intentar ser recibida por el Papa puesto que ya se hablaba de la posible excomunión de los aristócratas.

En todo caso, las relaciones de Dalí con el cine no fueron siempre ni tan radicales ni tan transgresoras. Tuvo una fluida relación con los grandes estudios de Hollywood, trabajó con Hitchcock en Recuerda; colaboró con Disney en el proyecto de Destino; reconoció su admiración por Cecil B. DeMille y Mae West, entre otros; trabajó en el guión de Jirafas en ensalada de lomos de caballo para los Hermanos Marx y en estrecha colaboración con Harpo; suya fue la inspiración de la secuencia onírica de El padre de la novia, de Vincente Minnelli; filmó Caos y creación (1960) con Philippe Halsman, dos modelos, una porqueriza, "una motocicleta un tanto desvencijada", cuatro cerdos y siete gusanos, como escribe Helen Sainsbury; retrató a Jack Warner y a su mujer, y a Laurence Olivier en el papel de Ricardo III; fue rodado por Andy Warhol y consiguió que el propio Walt Disney visitara Cadaqués. En realidad, la relación de Dalí con el cine es un cúmulo de proyectos frustrados, algunos realizados y, sobre todo, la consolidación de su figura y obra en el poderoso mercado estadounidense.

Sara Cochran desmenuza con gran documentación la colaboración de Dalí, el productor David O. Selznick y Alfred Hitchcock para la película Recuerda (1945). Naturalmente, una buena parte de los esfuerzos previos fue ponerse de acuerdo en los honorarios. Dalí cobraría 4.000 dólares por los bocetos y cuadros necesarios pero el pintor conservaría la propiedad de todos sus trabajos. El pragmatismo estadounidense se manifestó una vez más. Selznick estaba escandalizado por las pretensiones del pintor pero su inquietud se calmó cuando el estudio valoró el valor comercial del nombre de Dalí en 50.000 dólares, sobre la base de la noticia de que las revistas nacionales publicarían gratuitamente la noticia de su colaboración en el filme. Dalí ya era carne de cuatricomía: en los últimos 12 meses había aparecido en seis ocasiones en la revista Life. Selznick y el pintor llegaron a un acuerdo.

Dalí y el cine no sólo es un estudio de las relaciones del pintor con la cinematografía. Es, también, un recorrido por el arte del siglo XX, desde la vanguardia a la potente industria del ocio, sin olvidarse de su aspecto mercantil, del que tanto sabían Dalí y Warhol y tanto sabe Damien Hirst.

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