La Baader-Meinhof, vista por detrás
Es una perogrullada decirlo: nuestro país no es el único con esqueletos en el armario de su historia reciente. No obstante, y con la salvedad de ejemplos aislados como Pa negre (2010), nuestra cinematografía parece seguir resistiéndose a desestimar maniqueísmos y afrontar los claroscuros del asunto. Existen muy buenos modelos ahí afuera en los que fijarse: en Peppermint Candy (1999), el coreano Lee Chang-dong jugaba con el orden cronológico de su relato para propiciar una mirada compasiva hacia su protagonista... antes de revelar que uno de sus trabajos fue el de torturador bajo la dictadura. Si no nosotros, ¿quién?, primer largometraje de ficción del director de documentales Andres Veiel, ofrece otra lección magistral sobre el asunto. La película no es perfecta, pero su ambición es remarcable: ni más ni menos que establecer una línea (genealógica) de continuidad entre el nazismo (el pecado de los padres) y la deriva de ese activismo de los setenta que llevó a la lucha armada de la banda Baader-Meinhof (el pecado de los hijos).
SI NO NOSOTROS, ¿QUIÉN?
Dirección: Andres Veiel. Intérpretes: August Diehl, Lena Lauzemis, Alexander Fehling, Thomas Thieme, Imogen Kogge, Michael Wittenborn. Género: drama. Alemania, 2011. Duración: 124 minutos.
El largometraje no es perfecto, pero su ambición es remarcable
Forma parte de un mosaico de filmes sobre el subsuelo del siglo XX
La película de Veiel cuenta todo ese proceso en clave de historia de amor trágico: la relación entre el escritor y editor Bernward Vesper, hijo de Will Vesper -intelectual afecto al nazismo que leyó el discurso principal en la quema de libros en Dresde en 1933-, y Gudrun Ensslin, que acabaría convirtiéndose en uno de los puntales de la Fracción del Ejército Rojo a través de su liason casi auto-destructiva con el terrorista Andreas Baader. Si no nosotros, ¿quién? se convierte, así, en una pieza esencial del mosaico, irregular y fascinante, que, en los últimos años, han ido construyendo películas como R.A.F. Fracción del Ejército Rojo (2008), de Uli Edel; Munich (2005), de Steven Spielberg, Carlos (2010), de Olivier Assayas y El abogado del terror (2007), de Barbet Schroeder: unas memorias del subsuelo del siglo XX, que Veiel revisa desde el sorprendente, inesperado, pero iluminador punto de vista de la intimidad de sus personajes.
El resultado, así, está lejos de la superficialidad del digest, sensacionalista y caso pop, que proponía la película de Edel: la estrategia permite ahondar en la naturaleza contradictoria de unos personajes obligados a lidiar con un afecto de sangre entreverado de repugnancia por la historia, y a experimentar, en sus propias carnes, el dilema de articular su conflicto con el presente a través de la acción intelectual o la acción directa. El precio a pagar, en todos los casos, es desmesurado: acabar haciendo jirones la propia vida.
Puntuando el relato con material de archivo poco visto y una (¿inevitable?) selección musical, Veiel traslada su rigor de documentalista a una construcción dramática sólida, que tiene excelentes aliados en sus actores principales -August Diehl y Lena Lauzemis- y propone golpes de efecto tan inusuales como el de la escena donde el protagonista descubre que le debe la existencia al mismísimo Führer y sus políticas de natalidad.
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