Arqueología del hoy
En su telecomedia Spaced (1999-2001), Edgar Wright forzó al máximo las limitaciones del lenguaje televisivo para emular una retórica filocinematográfica que hiciese justicia a la voracidad referencial de sus personajes: un repertorio-tipo de la generación que creció con la primera trilogía de La guerra de las galaxias y vivió su desencanto colectivo con el estreno de la segunda trilogía. Scott Pilgrim contra el mundo, adaptación de la serie de historietas del canadiense Bryan Lee O'Malley, es la película de Wright que marca su (¿temporal?) emancipación del grupo completado por sus dos compinches de Spaced -los cómicos Simon Pegg y Nick Frost-, pero, en cierto sentido, puede interpretarse como un intento de ajustar las estrategias de ese trabajo a otra sensibilidad generacional: la de los retoños amamantados con indie pop, educados en la dinámica del progreso y el crecimiento personal a fuerza de videojuegos, susceptibles de codificar su emotividad con el vocabulario icónico de un anime y empeñados en disolver las fronteras de su intimidad twitteando desvelos en 140 caracteres.
SCOTT PILGRIM CONTRA EL MUNDO
Dirección: Edgar Wright. Intérpretes: Michael Cera, Mary Elizabeth Winstead, Kieran Culkin. Género: comedia. EE UU, 2010.
Duración: 112 minutos.
Si, en el original, O'Malley se apropiaba, de manera un tanto tosca, de las caligrafías del manga para desgranar la épica sentimental de un posadolescente, enfrentado al pasado promiscuo de su objeto de deseo, aquí Wright convierte cada fotograma en exagerada caja de resonancia de una tentacular cultura pop conjugada en estricto presente. Es una de esas películas que sublevarán a todo purista que tuerza el morro ante la mera mención del concepto posproducción, pero su incesante festival de pirotecnias confirma a Wright como formalista tan cargado de energía como capacidad de invención. El cineasta ha definido su película como el cruce entre una comedia de John Hughes y una película de Jackie Chan. La definición es ingeniosa, pero no exacta: en realidad, es una de esas películas que son, hasta tal punto, síntoma de su época que solo alcanzará la inmortalidad cuando se convierta en testimonio arqueológico de un mundo antiguo, desaparecido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.