Angelopoulos, denso y plúmbeo
El director griego embarca a Willem Dafoe en su pretenciosa 'The dust of time'
Existen determinados santones del cine universal que cuando presentan su obra en los festivales, su templo natural junto a las filmotecas, me hacen sentir como ante aquella lamentable obligación de infancia consistente en ir a misa. Lo que ocurre en el altar no me incumbe ni poco ni nada, pero debes de esforzarte por contener el irreprimible bostezo, no vaya a ser que los curas o tus educadores te sacudan un coscorrón por irreverente. Excepto en la lacerante Paisaje en la niebla (observar a niños perdidos siempre me afecta) es la eterna sensación que me acompaña con el cine del sacralizado Theo Angelopoulos.
The dust of time forma parte de una trilogía en la que el ya anciano Angelopoulos parece redactar su testamento fílmico ofreciéndonos su visión de la historia del siglo XX a través de sus convulsiones más significativas. En esta ocasión utiliza la película que está rodando un director y en la que recrea la historia de sus padres para hablarnos de lo que sucedió en Rusia tras la muerte de Stalin, las penalidades de los disidentes desterrados a Siberia, el Holocausto y no sé cuántos sucesos más. Todo ello transcurre en paralelo a la crisis de identidad del atormentado director de cine, aquejado de problemas de incomunicación con su hija adolescente y desaparecida y que dice cosas tan enfáticas como: "No sé quién soy ni dónde vivo, sólo existo en las historias que cuenta mi cine".
En 'My one and lonely', la mohínes Renée Zellweger se hace soportable
'La teta asustada' es un despliegue de afanes líricos de Claudia Llosa
Las infinitas pretensiones sociológicas y críticas de Angelopoulos, sus opulentas reflexiones sobre todo lo humano, sus metáforas y su simbología van acompañadas del habitual tono plúmbeo, de interpretaciones de actores estadounidenses que no parecen enterarse de nada pero a los que han convencido de que van a estar a las órdenes de un clásico (le ocurría al despistado Harvey Keitel en La mirada de Ulises, le sigue ocurriendo aquí al nada veraz Willem Dafoe), del infalible convencimiento por parte de Angelopulos de que está creando arte mayor y destinado a la posteridad. Y me esfuerzo por captar tantas presumibles esencias, pero no hay manera. Mi embrutecimiento estético y moral sólo anhela que el trascendente discurso se acabe cuanto antes. Que los iniciados sigan disfrutando de los rituales, la conciencia, la sabiduría y la fuerza expresiva del gran sacerdote durante mucho tiempo. Ser un frívolo y un ignorante como el que firma esto también es compatible con los buenos sentimientos hacia los feligreses ancestrales. Cada uno puede elegir a sus dioses y divertirse como quiera.
Siguiendo con mis manías, cualquier película protagonizada por la pizpireta Renée Zellweger me crea inicialmente prevenciones, contrastada incompatibilidad. Todo lo contrario que con Robert Mitchum y Audrey Hepburn. En My one and only, dirigida por Richard Loncraine, la dama de los mohínes y de la sonrisa impostada aparece en casi todos los planos, pero a pesar de mi alergia hacia la estrella la película es soportable. Basada en las memorias del actor George Hamilton, se trata de una road -movie en la que una mujer abandona a su infiel esposo, y en compañía de sus dos hijos adolescentes va recorriendo Estados Unidos y buscando desesperadamente un marido para que se haga cargo de ellos. Es una comedia agridulce tan fácil de ver como de olvidar.
El título La teta asustada hace presagiar un porno excéntrico, pero nada en ella guarda relación con los placeres de la carne, sino con sus más desgarrados sinsabores. Ambientada en Perú, describe los salvajes traumas de la hija de una campesina que fue repetidamente violada en los tenebrosos tiempos protagonizados por las barbaries de Sendero Luminoso y del ejército peruano. La directora Claudia Llosa despliega afanes líricos y costumbrismo sin adulterar, intentando retratar la angustia cotidiana de esa mujer que ha heredado un infierno psíquico. No dudo de la honestidad del planteamiento ni del escrupuloso realismo en la descripción de personajes y situaciones, pero el resultado final tiene un sabor muy leve.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.