La gran acumulación
Las sorpresas han sido escasas en las municipales catalanas. La ecuación estaba despejada desde las elecciones autonómicas de noviembre: CiU ha aprovechado la inercia del gran impulso que le llevó a recuperar la Generalitat y el PSC, completamente paralizado, sin proyecto y sin liderazgo, sigue en caída libre.
Pero esta síntesis de lo que aconteció el domingo es incompleta porque Cataluña tiene un sistema político propio que, a diferencia del español, afortunadamente no es bipartidista sino pluripartidista. ¿Qué ha pasado con los demás partidos? El PP, conforme al ciclo al alza de este partido en toda España, va creciendo, poco a poco, en Cataluña. No le va a dar un gran poder municipal, pero sí cierta capacidad de influir y condicionar. Iniciativa permanece firme en su nicho, tan sólido como limitado en cuanto a posibilidades de crecimiento. Y Esquerra Republicana va de descalabro en descalabro como si la pérdida del monopolio del independentismo le hubiera dejado sin alma.
En el PSC no es momento de pactos ni componendas entre tendencias, sino de buscar nuevas personas e ideas ante un país cambiado
Algunos comentaristas han destacado la entrada en diversos municipios de la extrema derecha racista de Anglada. Siempre es desagradable ver a fascistas en las instituciones. Pero obtener 70 concejales entre un total de más de 8.000, no me parece extremadamente grave. Mucho más preocupante es que García Albiol llegue primero en Badalona, con el mismo discurso de Anglada, avalado por Mariano Rajoy y por Alicia Sánchez Camacho, es decir, con el soporte de un partido, el PP, que ha conquistado casi todo el poder municipal en España y que puede tener el Gobierno en menos de un año. Los que se preguntan dónde está la extrema derecha en España, aquí tienen la respuesta. Por decencia moral, las demás fuerzas políticas están obligadas a hacer un pacto para que este ciudadano no gobierne un municipio catalán. El PP deberá entender algún día que las urnas no blanquean ni la infamia xenófoba ni la corrupción.
CiU ha conseguido con Artur Mas una acumulación de poder que nunca llegó a tener en tiempos de Jordi Pujol. Sin duda, una suma de factores coyunturales -la crisis por encima de todo- le allanaron el camino. Pero no se puede olvidar que fue el presidente Pujol el que construyó el andamiaje ideológico adecuado para sintonizar con el espacio central de la sociedad catalana, que Artur Mas ha fertilizado regándolo con unas notas de liberalismo y pisando, a ratos, el acelerador de las reivindicaciones nacionales, conforme a la evolución de la sociedad catalana. No parecía fácil que CiU, un partido prácticamente hecho en el poder y para el poder, saliera indemne de la travesía del desierto. Su estrategia de demolición del tripartito fue extremadamente eficaz. Ahora le toca administrar la acumulación de poder. Un magnífico escenario pero lleno de riesgos, como sabe el PSC.
Los socialistas ya no pueden perder más tiempo. Su desventura confirma la importancia de las opciones estratégicas, que son las que dejan huella, para bien y para mal. El PSC hace demasiado tiempo que no sabe qué es, en qué país está, y dónde se encuentra su gente. Ha vivido demasiado tiempo de las inercias de los años del felipismo. Mientras se tocaba poder todas estas deficiencias eran disimulables. La apuesta por un Gobierno de izquierdas pudo ser una opción estratégica razonable, pero siempre y cuando se contara con la relación de fuerzas adecuada para liderarla. La opción de formar el segundo tripartito contra toda evidencia, fue letal. El poder es muy taimado, nunca ama a los que lo quieren solo para conservarlo. El PSC salió en estado de coma de las autonómicas y ahí sigue, sin dar ni una sola señal de emprender la renovación a fondo que necesita. No es un momento de componendas y pactos entre tendencias, es un momento de buscar nuevas personas y nuevas ideas para un país que en nada se asemeja al que vio alumbrar las hegemonías del PSC.
Trias ha hecho campaña arropado por la plana mayor de CiU. Hereu ha estado casi siempre solo, excepto en el penúltimo minuto. Un partido que se avergüenza de sí mismo y de los suyos, ¿adónde puede ir?
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