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Elogio de la antropología

Intentar glosar de manera resumida la trayectoria humana e intelectual de quien acaba de recibir el XVII Premio Internacional Catalunya, el etnólogo francés nacido en Bruselas Claude Lévi-Strauss, constituye un esfuerzo al que, por inútil, es mejor renunciar desde el principio. Setenta años de publicaciones, entre ellas algunos libros fundamentales a la hora de hacer balance del pensamiento contemporáneo, son demasiados como para confeccionar selección de virtudes y méritos. Puestos a escoger, y teniendo en cuenta la denominación de origen del galardón que se le concede, cabría acaso mencionar las traducciones de Miquel Martí i Pol de dos de sus obras más importantes: Tristos tròpics (Anagrama) y El pensament salvatge (Edicions 62), así como la versión catalana de la larga entrevista que mantuvo Didier Eribon con el sabio: De prop i de lluny (Orion 93). Tampoco sería fácil resumir un itinerario vital que recorre ese mismo siglo XX que le recorre a él y que le convierte en testigo y víctima de alguno de sus episodios más terribles. Detenernos en sus ascendentes teóricos o formales -Montaigne, Rousseau, Baudelaire, McOrlan, Propp, Markov, Durkheim, Mauss, Boas, Jakobson, la cibernética, el psicoanálisis, el marxismo, el budismo...- sería agotador y lo mismo pasaría con las consecuencias de su aportación intelectual, que abarcarían sin excepción todas las formas de conocimiento actuales.

Puesto que sería vano cualquier intento de brindar una biografía suficiente del premiado, es cosa de retener y llamar la atención sobre lo más importante: Claude Lévi-Strauss, uno de los pensadores más influyentes de Occidente, no es propiamente un intelectual, sino un investigador y un profesor que ha dedicado toda su vida a explicar el mundo desde la antropología. El Premio Catalunya se le concede, así pues, a un proveedor inagotable de pruebas de hasta qué punto la antropología puede rebosar los bordes estrictos de su jurisdicción académica y ser adoptada como fuente de referencias para interpretar el presente y sus complejidades.

Y es ahí donde más útil debería ser, para quienes defendemos el derecho y el deber de pensar en serio, el acontecimiento mediático que inevitablemente suscita la concesión de un premio de prestigio como el que recibe ahora el fundador de la antropología estructural. El reconocimiento no lo recibe sólo un sabio, lo recibe también su sabiduría, y ésta -es ahí donde conviene poner el acento- procede de una determinada manera de dar con las cosas -la antropológica- basada a partes iguales en la proximidad con su objeto de estudio -seres humanos concretos, en espacios y tiempos concretos- y en la aplicación del método comparativo. Es complicado explicar en qué consiste ese oficio que tiene en Lévi-Strauss tan sobresaliente expresión; pero, sea cual sea la definición por la que optemos, por fuerza tendrá que reconocer en el trabajo del etnógrafo sobre el terreno y el contraste entre formas de hacer y de pensar la clave de su singularidad.

La propia obra de Lévi-Strauss es un muestrario de la versatilidad explicativa de la antropología. Sus trabajos sobre las estructuras del parentesco han ahondado en el papel de la familia como uno de los elementos que hacen del ser humano un animal cultural; los estudios sobre mitología y religión han insistido en la recurrencia de determinadas maneras que tienen las sociedades de establecer vínculos con lo invisible; la afinidad de Lévi-Strauss con la lingüística ha sido la consecuencia de la convicción que los antropólogos comparten de que decir sociedad es decir comunicación; el interés por las configuraciones culturales y sus ensamblajes -a veces conflictivos- convierte algunos de los trabajos de Lévi-Strauss en textos básicos para entender las formas pasadas, presentes y probables de interculturalidad. Y así en otros muchos campos.

Ahora bien, ¿cuál es el lugar que esa disciplina que ahora se viene indirectamente a elogiar ocupa en el panorama académico catalán y español? La respuesta es desoladora: escaso y decreciendo. Constituida hoy como licenciatura de segundo ciclo, todos los indicios apuntan que su porvenir es todavía más negro. En efecto, cobra fuerza la posibilidad de que la antropología sea condenada a quedar todavía más al margen en nuestro espacio universitario, descartada de las nuevas ofertas de grado que se preparan y ubi-

cada en un apéndice complementario de otras disciplinas, en forma de posgrado o master.

Lo que son las cosas. Por una parte, las instituciones halagan a la antropología encarnada en uno de sus más célebres cultivadores. Por otra, un orden académico que tiende a despreciar las opciones menos rentables como parte de la universidad-negocio o menos aprovechables para las exigencias de un mercado laboral que se alimenta de astucia, eficacia y obediencia, pero no de reflexión ni profundidad. Total, ¿qué puede aportar la antropología? ¿Qué ha aportado Lévi-Strauss en sus libros y en sus clases? Sólo rigor y seriedad en el análisis del contacto entre culturas o religiones, voluntad de restituir la complejidad de los fenómenos sociales, virtudes tan necesarias hoy en día, cuando los problemas que llevan décadas preocupando a Lévi-Strauss y a los antropólogos cobran más intensidad y se nos muestran más cercanos.

No se puede decir que ese tipo de habilidades tenga demasiada salida en los tiempos que corren. ¿Qué puede esperarse de un empleo que requiere tenacidad y paciencia en el trabajo de campo? ¿Cómo puede competir en un terreno copado por la trivialidad, los juicios precipitados, el vértigo de la última noticia, el espectáculo fácil, las sentencias de intelectuales serviles?

Acaso los antropólogos somos tan viejos o más que Lévi-Strauss y recibimos ahora ese tipo de regalo que se da a los jubilados el último día de su estancia en la empresa. Lévi-Strauss recibe un premio espléndido, pero no el mejor. El mejor, aquel que él hizo por merecer, siempre será, como escribía en los últimos renglones de su Tristes trópicos, "la contemplación de un mineral más bello que todas nuestras obras, (...) el perfume, más sabio que nuestros libros, respirado en el hueco de un lirio, o (...) el guiño cargado de paciencia, de serenidad y de perdón recíproco que un acuerdo involuntario permite a veces intercambiar con un gato". ¿Qué futuro le espera a una disciplina capaz de pensar y sentir así?

Manuel Delgado es profesor de Antropología en la UB.

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