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¿80, 100, 110 o 120 km por hora?

Las últimas elecciones autonómicas supusieron un cambio de límite de velocidad de 80 a 100 km por hora en algunos tramos catalanes. Las previstas elecciones generales ya han supuesto, preventivamente, un cambio de 110 a 120 en las autovías y autopistas españolas. No voy a entrar en el debate, ni en calidad de experto, pues no lo soy, ni en condición de político en liza, que aún lo soy menos. Intento ayudar a evitar que el ruido ahogue algunas verdades, a mi entender difícilmente cuestionables.

La primera: nuestro gran problema a medio plazo es que el futuro de la economía, con crisis pero también sin crisis, está amenazado por la imposibilidad de mantener el actual nivel de consumo de energía y por la necesidad de disminuir drásticamente el uso de combustibles derivados del petróleo. Porque no disponemos de ellos, porque cada vez serán más caros, y porque además producen emisiones de CO2, toda medida que permita reducir el consumo de petróleo es buena para el bolsillo del consumidor, es buena para la economía del país y es buena para la sostenibilidad del planeta. Creo que es muy difícil, de buena fe, poner esto en cuestión. Por ello, si la medida es razonable, siempre la apoyaré.

Cuando las normas cambian con el color de los Gobiernos, se desprestigian y el ciudadano acaba despreciándolas

La segunda: una parte cada vez mayor del consumo de petróleo se produce actualmente en el sector del transporte, ya que en la producción de electricidad, el petróleo se ha ido sustituyendo gradualmente, por gas natural, por energías renovables o por la nuclear. El consumidor no ha tenido conciencia de ello, ya que sigue recibiendo la electricidad que necesita sin enterarse del cambio. Ahora hay que enfocar el ahorro sobre todo en el uso de los vehículos, y en este caso los comportamientos son personales y las decisiones deben ser individuales y conscientes. Por ello las reticencias llegan al ámbito de la opinión pública y entran en campaña tanto política como comercial. Cuando se trata de este tipo de decisiones, es importante que las normas para conseguir el ahorro sean claras, estables, convincentes y adecuadamente explicadas. Se trata de conseguir que la gente sea capaz de aceptar algunas incomodidades para obtener un bien colectivo. Desgraciadamente no estamos muy acostumbrados a ello y hay que saber motivarlo.

La tercera: sin necesidad de tener la condición de experto creo que es fácil entender que, siempre, más consumo supone más coste individual, más coste colectivo y más contaminación. Aunque pueda haber algunas excepciones, también es fácil entender que más velocidad supone más consumo y más siniestralidad. Se puede argumentar que esta relación no es tan rotunda como la anterior, pero no se puede combatir como si fuera una invención de algunos, argumentando con ciertos ejemplos concretos. Soy partidario de normas que establezcan límites. Pero si las normas no son suficientemente razonadas, o si la oposición pretende calificarlas de simples caprichos ideológicos, se está ayudando a que en cada uno afloren sus tendencias individualistas y anteponga su deseo egoísta (en este caso, de velocidad) a las necesidades colectivas. Si, además, las normas cambian con el cambio de color de los Gobiernos, las normas se desprestigian y el ciudadano acaba despreciándolas.

Esto está ocurriendo ahora. Soy usuario frecuente del tramo Mataró-Barcelona. Desde las últimas elecciones catalanas observo que en la C-31, km 218 la velocidad está limitada a 110, al llegar al km 217 la limitación baja a 100, en el km 216 se reduce a 90, en el 215 vuelve a los 110, en el 214 pasa a 100 y en el 213 se sitúa en 80. ¡Cinco cambios en cinco kilómetros! Creo que las normas establecidas por Gobiernos democráticos, hay que cumplirlas. (Cada vez que lo intento, constato que una gran mayoría de conductores las ignora, y no puedo dejar de pensar hasta qué punto la voluntad de demostrar qué Gobierno manda en cada zona o la dificultad de coordinación entre Administraciones ha creado una situación que casi justifica que se incumplan. Lo triste es que lo que ocurre en un punto viario conforma las actitudes, y al final las normas pierden toda credibilidad y solo se pueden imponer a base de sanciones.

Joan Majó es ingeniero y exministro.

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