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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La última vez que vi a Copi

Marcos Ordóñez

LA ÚLTIMA vez que vi a Copi fumaba un porro de medio metro y llevaba una rata/marioneta a guisa de visón. Barcelona, Salón Diana, 1977. Una noche de invierno, en aquel local irrepetible (entusiasmo libertario, gestión ruinosa) calentado por estufas de leña, apareció Copi y nos dejó a todos con las orejas dando palmas. Escenario vacío. Una nevera rosa, un horno rosa. Copi vestido de manola, en una silla giratoria que impulsaba a patadas, con el texto de Loretta Strong en la mano derecha y el porro kilométrico en la izquierda (o viceversa), y a sus pies una botella de rioja, la tercera o cuarta del día. Hilarante, salvaje y tan irresistible como el joven Almodóvar, recitando, en el mismo Diana, los diálogos de sus películas en superocho. Raúl Natalio Damonte, en arte Copi. Toda una diva argentina. Hipersensibilidad, Hiperhistrionismo, Hipergenerosidad, Hiperego. Me lo presentaron Gas y Rotaeta, el Zorro y el Gato del Diana. Luego fuimos al bar de enfrente y Copi nos habló de aquellas reuniones en el Café de la Paix con los Pánicos al completo (y con Victor García, y con Lavelli, y con Savary), y de su abuela anarquista (y dramaturga), Salvadora Onrubias, amiga de la Xirgu, la Gran Dama que le hubiera gustado ser. No era un marginal (en aquella época se ganaba bastante bien la vida con su página semanal, la célebre Femme Assise en el Observateur) pero estaba abocado a serlo: por locaza, por exiliado eterno, por su incombustible estado de provocación. Copi se alejó calle abajo murmurando "c'est fou, non?" justo antes de que comenzara a soplar el famoso viento idiota de Dylan, y casi todos corrieran o corriesen a ocupar las nuevas sillas, etcétera. Pasan treinta años y no es invierno sino puro verano barcelonés, pero la temperatura del Lliure a las 22.15 (exacta mitad del espectáculo) roza los cero grados. Ni frío ni calor, como en el chiste. Marcial Di Fonzo Bo, otro francoargentino, el eterno Ricardo III de Langhoff, aúlla, apasionado y esforzadísimo, las procaces imprecaciones de Loretta Strong sobrevolando un patio de butacas con más claros que los Monegros, y es inevitable pensar en un astronauta perdido, procedente del Planeta Diana o el Universo Copi, avistando terrícolas impávidos, bracicruzados, ni siquiera expectantes. Mi Detector Facial se muestra dubitativo. ¿Son caras de qué nos estás contando, pollo, y de quién era ese tal Copi y por qué escribía esas cosas tan preolímpicas y pretripartitas, que debería llamarse Demente en vez de Damonte? ¿O va a ser que la carcajada galáctica de doña Loreta se ha quedado un tanto vieja o su falda un tanto larga, y a Di Fonzo se le ha ido la mano con el maquillaje escénico, venga proyecciones y música en directo y arnés y cables y mareante sube y baja, que no falte de aunque sobre guapamente cuarto y mitad de tanta parafernalia? No sé, pero bastante indicativo parece que mi Detector escrute a la parroquia en vez de clavar yo el Doble Rayo Gachón en el escenario. La función, Les Copi(s), se presentó en Aviñón el año pasado, y luego en el Théatre de la Ville, y se la ha traído bajo el brazo Ricardo Szwarcer, director del Grec (caramba, otro francoargentino) junto con segunda taza del mismo caldo, Eva Perón, que no pude ver (o sorber) pero, por lo que me cuentan, todavía tuvo menos parroquia. Bien cierto es que la necesidad dicta las figuras de estilo: si he empezado con flash-back y he saltado luego a la mitad es porque, la verdad sea dicha, apenas recuerdo el principio, muy similar a esas exposiciones tan desbordadas de cuadros que acaban matándose entre ellos. En este caso, los cuadros eran viñetas de Copi, aquellos dibujos (la Mujer Sentada, las Viejas Putas, los Caracoles Efímeros) a caballo entre Wolinsky y Sempé (más meteoritos lejanos), reproducidos y/o interpretados por Di Fonzo y su pandilla, excelentísimos actores y fantástico material, pero con media horita el homenaje quedaba más que cumplido. Luego sobrevino el monólogo antedicho y se produjo en el Lliure una mímesis de aquel vivaz grupo escultórico que Jardiel bautizó como "Campesinos rumanos huyendo de la vacuna". No seré precisamente yo, que de tantos teatros he salido a escape, quien les afee su actitud, pero los fugados se perdieron lo mejor de la velada y una de las mejores interpretaciones del año. Me quedo corto: puritita resurrección, porque ésta es realmente la última vez que vi a Copi, apareciéndose a los gentiles gracias al genio y el verbo (francés, por cierto: pedazo proeza) y a los tacones de aguja del gran Ángel Pavlovski, admirablemente dirigido, todo hay que decirlo, por el generoso Di Fonzo (a ver qué macho deja que se le soplen así el show). En Le Frigo, la última obra escrita e interpretada por el difunto (que es un vivo), Pavlovski encarna a una modelo decadente (vestuario de Alicia Chanel, teléfono albino, setas alucinógenas) abandonada por sus chulos, chantajeada por su mami (que se hincha de poppers y bebe café olé, o sea, "con una nube de esperma") y asesinada por su doncella, la infiel Goliatha: mismamente La primavera romana de la señora Stone cruzada con Las criadas y rebozada en farla ("mis sales"), con más soledades que Góngora. Goliatha (Raoul Fernández) y la Mami (Pierre Mayet) son los perfectos bajo y batería para las embestidas pianísticas de este actorazo que se mueve como Conchita Montes y coloca los chistes más feroces como Niní Marshall. Otrora reina de las pasarelas, miss Stone(d) pide prórroga a su editor para entregarle unas memorias que no han de valerle el Premio Fémina, y monologa telefónicamente con la doctora Freud, y le canta una nana en yídish a una rata blanca y de ojos azules, fugada del Instituto Pasteur: lo que haga falta antes de entrar, de una vez para siempre, en ese impoluto frigorífico ("la muerte es blanca, el terror es blanco", escribió Ruano) que aguarda como un ascensor abierto. Mazel Tov, maestro Pavlovski, y ojalá su copain Marcial le permita desgajar este broche de oro para que pueda girarlo muy pronto por las Españas: poco son cuatro días en el Grec para ese turbión de talento.

A propósito de dos funciones de Copi, puestas en escena en el Grec por Marcial Di Fonzo Bo y el Théatre de Lucioles

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