El misterio del sonido
En 30 años, cuatro directores generales del teatro Colón murieron de infarto. Otros dimitieron antes de llegar a ese punto y otros pocos fueron cesados. A nadie le resulta extraño, dada la historia de líos, caos, éxitos y fracasos que tiene el edificio más emblemático de Buenos Aires, un teatro enorme y formidable cuyo arquitecto principal, Víctor Meano, fue asesinado en 1904 por su valet de chambre. El Colón, un teatro del que los cantantes de ópera juran que tiene la mejor acústica del mundo, aunque nadie tiene la menor idea de por qué un espacio tan enorme reproduce tan bien el sonido de la voz humana, está en restauración desde 2001, fue cerrado en 2006 y se supone que será reabierto en 2010, dos años más tarde de lo previsto. A la vista del estado de las obras, es posible que, cuando se reabra, el teatro sólo esté restaurado en sus partes más visibles y que otras muchas obras, ocultas pero igualmente importantes, no estén siquiera empezadas.
Barenboim protestó por la interferencia de todo tipo de ambiciones personales en la reforma del teatro
Durante casi un siglo, hasta que cerró en 2006, el Colón ha sido uno de los teatros más admirados por los aficionados a la ópera del mundo. Se decía que los cantantes le temían (se oía perfectamente cualquier fallo), pero que también lo adoraban: los espectadores argentinos eran magníficos, capaces de aguantar cuatro horas de pie en la cazuela (quinto piso, reservado a mujeres con poco dinero, que hasta los años noventa se llevaban su propio "banquito de colón") o en el paraíso (todavía más arriba, para jóvenes y fogosos estudiantes).
En sus buenas épocas, la empresa porteña La Teatral contrataba compañías enteras, italianas y españolas, y a los mejores tenores y sopranos, desde Caruso a la Callas, que iban a Buenos Aires en barco y pasaban allí la aburrida temporada de verano europea, en la que todavía no existían los macromontajes al aire libre. Con los años, el encarecimiento de la ópera y las crisis latinoamericanas, el Colón fue deteriorándose y dejando de atraer a tantas estrellas, aunque siempre conservó su formidable empaque y su relación sentimental con los porteños. Tal vez por eso, las innumerables peripecias que rodean su restauración irritan tanto a los argentinos. Hasta Daniel Barenboim, que no suele lanzar discursos antes de tomar la batuta, aprovechó un concierto en 2008 para protestar airadamente por la interferencia de todo tipo de ambiciones personales en la reforma del teatro.
Buena parte del caos que ha rodeado, y rodea hoy día, al teatro Colón procede de la fragmentación de las obras, la lentitud en la toma de decisiones y la falta de presupuesto (la decisión de restaurarlo se tomó poco antes del estallido del corralito que dejó a Argentina sin dinero). El llamado Master Plan, ideado entonces, comprendía una serie de contratos separados, algunos de ellos importantes y otros de pequeña escala, que no fueron cumplidos, por lo que las obras se fueron paralizando, hasta que, en octubre de 2006, se decidió cerrar el teatro al público para acometer las obras más importantes: sala, foyer, Salón Dorado, fachada
La decisión levantó las protestas de los empleados y de los poderosos sindicatos que les representan. El Colón cuenta probablemente con la plantilla más grande de los teatros de ópera del mundo, 1.300 empleados, incluidos orquestas, coros, ballet, talleres de sastrería y escenografía, frente a los 910 de la Scala de Milán o los 915 del Covent Garden de Londres, con cuerpos estables parecidos. "El Colón es como una gran familia", aseguran los sindicatos. Tanto, que un responsable de obra se quedó estupefacto al ver cómo un grupo de hombres celebraba una gran comida en uno de los sótanos del teatro. "¿Quiénes son?", preguntó. "Los divorciados", cuenta que le respondieron prontamente. "Empleados de la compañía que se han divorciado y que se alojan temporalmente aquí. Como están solos, algún domingo celebran fiesta".
Desde que se cerró, los sucesivos directores han intentado mantener la actividad, ensayando y dando conciertos en salas alquiladas o produciendo algunas óperas en otros teatros de la provincia, que justificaran el continuado pago de la larga nómina. El recién nombrado Pedro Pablo García Caffi, por ejemplo, ha anunciado cuatro producciones de ópera para esta temporada, entre ellas, Orfeo y Eurídice y El rapto del Serrallo. El anterior, el dimitido Horacio Sanguinetti, que resistió de diciembre de 2007 a enero de 2009, había planteado siete.
Si hay que hacer caso al ministro de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Buenos Aires, el arquitecto Daniel Chaín, el cierre del teatro no ayudó a dar un empujón a las obras. Chaín, que forma parte del equipo del intendente Mauricio Macri, elegido en diciembre de 2007, acudió a la asamblea local para quejarse de lo que se había encontrado: "Está claro que el Master Plan fracasó. Dentro del teatro hay una especie de torre de Babel, en la que veinte empresas, con veinte obras empezadas, se chocan unas con otras".
Macri decidió contratar una "gerenciadora", una empresa externa que se hiciera cargo de la gestión del lío montado. El contrato fue adjudicado a la española Syasa, encargada de concretar los planes definitivos a poner en marcha. Es ella la que ha preparado las nuevas licitaciones. Hace unos días se hizo pública, por ejemplo, la de restauración del foyer principal y Salón Dorado del teatro, que todavía no han sido tocados. El foyer, la maravillosa y formidable entrada del edificio, con sus mármoles de Verona y una de las mayores superficies de estuco del mundo, tendrá que ser restaurado en 300 días, lo que lleva al límite la posibilidad de cumplir los plazos e inaugurar el teatro el 25 de mayo de 2010, aniversario del bicentenario de la independencia de Argentina.
No sería la primera vez que se renuncia a una fecha simbólica. Los actos conmemorativos del primer centenario del Colón, que debieron coincidir con su reapertura en 2008, se tuvieron que trasladar al Luna Park, un espacio que tanto vale para veladas de boxeo como para musicales y en el que la acústica es tal que hace falta el uso permanente de micrófonos. Daniel Barenboim, contratado para aquella ocasión, se puso tan furioso que pidió a los "responsables e irresponsables, que dejen de lado sus ambiciones, que son de muy poco valor comparados con lo que representa el teatro". El público, puesto en pie, le ovacionó largo rato.
Con nueva gerenciadora o sin ella, una visita rápida a las obras permite comprobar la cantidad de temas que siguen sin decidirse. Desde el color de la pintura de las paredes (han salido a la vista varias capas de colores distintos y hay que elegir entre las más antiguas o las más modernas) hasta el modelo de los nuevos aparatos sanitarios, o las teselas que cubrirán el suelo del foyer y que ya no se fabrican en ningún lugar del mundo. Tampoco se sabe qué pasará con el maravilloso telón bordado, de apertura italiana (con cables de acero que lo recogen elegantemente a los lados). En teoría, se había pensado restaurar esa maravilla y encargar uno nuevo, moderno, para las funciones normales, pero en la práctica, tras meses de discusión y debate, nadie ha firmado la orden y la restauración del antiguo no ha comenzado siquiera.
Sigue llamando también la atención que la carpintería de las ventanas del edificio sea responsabilidad de una empresa en el interior y de otra en el exterior. O que los 36 nuevos baños en la zona noble sean competencia de un constructor, pero la conducción de agua general esté en manos de otro y los desagües, de un tercero. Igual pasa con la instalación eléctrica, repartida ente tantas empresas que hasta ahora ha impedido calcular cuál será la carga eléctrica que va a soportar el edificio entero.
La hermosa y enorme sala del teatro ha experimentado ya una buena parte de las obras de saneamiento necesarias. Gracias a unos enormes andamios que ocupan prácticamente toda la sala, se han limpiado y retocado los estucos, eliminado los centenares de metros de cable que recorrían el suelo y que nadie sabía adónde iban, se han desatornillado las butacas en la platea, así como los asientos de cazuela, tertulia, galería y paraíso (en total hay plazas para 2.487 espectadores) para proceder a la restauración y el retapizado y han llegado las telas bordadas para las paredes de los palcos, encargadas en cuatro países diferentes. Las alfombras, afirman, están tejiéndose en China. Se ha mejorado la calefacción y el aire acondicionado, incluso se están rehabilitando las celosías que tapaban los llamados palcos de viudas, condenadas a principios del siglo XX a una invisibilidad digna de las actuales burkas. Se ha recuperado un ingenioso sistema original para nivelar el suelo de la platea (lo que a principios de siglo permitía quitar las sillas y celebrar bailes), y la araña, la magnífica y extraordinaria lámpara de siete metros de diámetro y 700 luces, ya ha sido retocada.
Todo eso es importante, pero lo que se ha convertido en una auténtica obsesión para todo el mundo es la conservación de la increíble acústica del teatro. Nadie sabe bien a qué se debe y es muy posible que fuera mejorando a lo largo de los primeros años, según se añadían elementos en la sala, sin que se supiera bien qué era lo que ayudaba a convertirla en única, el relleno de crin de animal de los reposabrazos, las telas, los tapizados, las luces o el telón. Los responsables de la empresa española San José, encargada de la restauración "del telón hacia delante, incluidos palcos y deambulatorios", explican con precisión, aseguran que han seguido un método exhaustivo. Se ha medido la acústica, y se han guardado los registros, cada vez que se movía un elemento: se quitaba una fila de butacas, se medía; se arrancaba la tela de los palcos, vuelta a medir. La idea es que, al reponer cada cosa en su sitio, se vuelva a medir y, paso a paso, se compruebe que los registros coinciden.
El escenario (del telón para atrás la responsable es otra empresa) es uno de los elementos más importantes en la renovación de cualquier teatro de ópera, dados los enormes avances tecnológicos que existen en la actualidad. El del Colón, por ahora, permanece tapado por una enorme tela negra, que dificulta saber su estado actual. Se sabe que está "un poco retrasado", pero no se han hecho públicas sus nuevas condiciones y capacidades técnicas. En su momento fue una de las grandes maravillas del Colón, por su tamaño, su enorme placa giratoria y sus novedosas técnicas escénicas.
Desde hace unas semanas, han empezado a salir del teatro grandes contenedores: se están vaciando los subsuelos, para proceder a la limpieza y arreglo de camerinos, salas de ensayo, talleres y otras instalaciones, que hasta ahora han permanecido intocados. Una rápida visita muestra el caos acumulado en cien años de progresivas adaptaciones: cables eléctricos sujetados de mala manera, cañerías imprevistas, desconchones, puertas desajustadas. Las cajas van vaciando el alma del Colón: su enorme y fantástico vestuario (hay trajes que llevaron Caruso o la Callas) o la biblioteca (de la que ya se sabe que fueron desapareciendo cartas de Verdi y Rossini, un bastón de Puccini, que tenía que estar y no está, partituras anotadas a mano por los mejores directores de orquesta que pasaron por el Colón). Se procura que ahora los inventarios sean exhaustivos, pero nadie en el teatro oculta su temor al traslado.
"El Colón es como una metáfora de Argentina", asegura la directora de cine María Victoria Menis. "Lo que fue, lo que no supimos conservar y lo que corremos el riesgo de destruir".
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