Individuo
HE AQUÍ que, allá por aproximadamente el siglo V antes de Cristo, los griegos escudriñaron una nueva dimensión discernible y altamente significativa en el ser humano: su apariencia física, y decidieron que, como tal, sin otro aditamento suntuario o simbólico, merecía ser recordada. Fue entonces cuando crearon un nuevo género artístico: el del retrato individual o individualizado. Naturalmente, mucho antes, casi hasta remontarnos a los inicios prehistóricos conocidos de la representación artística, hubo trazas gráficas o plásticas de la figura humana, pero ésta estuvo siempre supeditada a la expresión de rituales mágicos o simbólicos, lo que supuso que fuera mera ocasión o soporte de anhelos funcionales. La gran aportación de los griegos consistió en aliviar esta pesada carga o cascarón sobrepuestos como abrigos para, por así decirlo, quedarse sólo con el mínimo común denominador de lo humano en el hombre, que ya no era su doliente menesterosidad en pos del alimento, ni de la reproducción, pero tampoco las insignias, sagradas o profanas, de su poder, sino, en todo caso, la vulnerabilidad de su condición mortal: su dignidad natural, la de tener un cuerpo o, como les gusta decir a los antropólogos biologistas contemporáneos, la de ser "monos desnudos". Atisbada esta perspectiva, los griegos iniciaron, por tanto, la senda de la representación artística individual, luego llamada retrato, cuyo desarrollo posterior ciertamente no estuvo exento de sutiles complicaciones y asombrosos hallazgos, pero sin que ya se pudiera poner coto a la conquista de captar y expresar lo más individual del hombre, que, de esta manera, ya no sólo era un genérico, sino también, y en cada caso, algo único, singular.
Desvelarnos la tupida urdimbre ideológica que entreteje el trasfondo de esta conquista, que reveló al hombre esta nueva imagen esencial de sí mismo, es lo que ha pretendido, ¡y de qué manera tan completa y admirable!, Tzvetan Todorov (Sofía, 1939), en un libro, recién traducido al castellano, titulado Elogio del individuo. Ensayo sobre la pintura flamenca del Renacimiento (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), donde, con extrema agudeza, no exenta de la paciente competencia que exige la revisión de un material tan abrumadoramente amplio, nos relata los apasionantes vericuetos que se atravesaron históricamente hasta, en efecto, desmontar la pesada carcasa con que el hombre se recubría y quedarse sólo con el resto esencial de la auténtica imagen de sí mismo, esa que revelaba la autoconciencia de su condición física de ser mortal y, sin embargo, único. Todorov sostiene que la plenitud de este hallazgo se produjo en la pintura flamenca del siglo XV, si bien se amplió y matizó durante, por lo menos, los dos siglos siguientes, configurando lo que nosotros denominamos "retrato psicológico o realista".
Al final de su ensayo, Todorov se pregunta por qué el arte de nuestra época ha perdido esta conquista, desparramándose, aunque no siempre, por otras vías más decorativas o abstrusas. Mi personal interpretación es que la vigente doctrina biologista trasciende nuestra apariencia singular y nos piensa en términos moleculares, estableciendo que el mejor retrato del hombre lo proporciona su ADN, su código individualizador, su declinable estigma.
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