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Columna
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Paz sin guerra

David Trueba

La escobilla nacional en Antena 3 parodia los programas de televisión de cotilleo. El problema es que los programas de cotilleo ya son una parodia en sí mismos y se zambullen en el absurdo y en lo grotesco sin que nadie los desnude. El humor no parodia bien el humor, creo que somos muchos a los que alguien disfrazado de payaso, de Groucho Marx o de Charlot, nos produce una tristeza inconmensurable. El título de La escobilla nacional tiene resonancias berlanguianas, pero el maestro valenciano siempre ha disparado su escopeta contra la gente de bien, los ciudadanos honestos, contra la vileza de la gente normal. Eso hizo perturbador su cine. Mucho humor televisivo se limita a disparar contra la gente no peligrosa, los ya despellejados, los muñecos de feria a los que tumbamos a pelotazos a capricho. Carece de riesgo escupir hacia abajo, lo que tiene mérito es escupir hacia arriba; puede que te manches la cara.

La escobilla nacional asume que la tele es una letrina maloliente y el trabajo de la escobilla sería el de limpiar los restos de excremento adheridos a nuestra pantalla tras la emisión. Pero el humor prometido se deshincha y lo más apreciable es la capacidad de mutación de sus actores, la habilidad para clavar gestos e inflexiones de esa fauna. La misión higiénica pierde fuelle y se queda en caricias bondadosas a la taza del váter.

El mismo equipo creativo nos regala desde hace años Polònia en TV-3, sin duda uno de los más sanos ejercicios de sátira política, que ha sabido sobrevivir a la salida de escena de personajes tan apasionantes para el humor como Acebes o Aznar, para exprimir lo parodiable de huesos como Montilla o Puigcercós. Por no hablar del mérito que tiene deconstruir un programa de literatura en un entorno donde el humor más elevado suele dispararse hacia el famoseo popular. Uno no le pide a un humorista que se inmole como Lenny Bruce, pero si promete pasar la escobilla no debería terminar por montar un festejo en el inodoro. Al final es más autopromoción que látigo. Hay talento para afinar el disparo. Que el parodiado venga al plató a prestarse al juego no es un mérito, más bien una declaración de paz donde prometimos guerra.

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