Horror cotidiano

Me ha acostumbrado mal el cine. Las ficciones más hermosas y sombrías que he visto sobre la guerra contienen personajes memorables, frases épicas, un encanto tenebroso que perdura en la memoria. Ya sé que el surrealista coronel Gilmore de Apocalypse now, bendiciendo el terror de los vietcongs cuando les abrasan desde el cielo mientras que suena La cabalgata de las walkirias y afirmando que no hay nada mejor que el olor del napalm al amanecer, tiene su rollo morboso, y que el cráneo afeitado del dios Brando entrando y saliendo de las sombras mientras que su mitológica boca susurra algo tan abstracto como "el horror, el horror", te pueden hipnotizar y que entiendas que puede existir cierto poder de fascinación o de lírica en la siempre espantosa guerra.

Sin embargo, todo parece brutalmente aséptico, cotidiano o rutinario en el magnífico reportaje de Jon Sistiaga Sargento, ¿a quién disparamos? Desprende sensación de verdad, no enfatiza, no introduce música para potenciar la emoción, se limita a retratar la actitud, la metodología y el comportamiento de los soldados norteamericanos en ese país torturado que debe ser salvado por las fuerzas del bien.

Todo resulta inquietante y veraz, a diferencia del supuesto realismo y el maniqueísmo para progresistas preescolares que exalta Brian de Palma en la grotesca Redacted, en este documento sobre niños con fusil a los que las consignas jerárquicas y patrióticas les han dejado muy claro que ellos son los buenos y los otros son los malos.

Los mandos saben que esa guerra podría ganarse si utilizaran la devastación pura y dura, pasándose por los huevos esa cosita tan prestigiosa de los derechos humanos. Le preguntan venenosamente a los legionarios del Imperio: "¿Serían ustedes insurgentes si invadieran Estados Unidos?". Responden los angelitos que eso no ocurrirá jamás.