Hígado
No sé si la noticia es buena. Temo que no: después de lo malo, suele ocurrir lo peor. Pero, de momento, los hechos parecen claros. La programación de sobremesa asiste a una crisis profunda del higadillo. ¿Por qué no te callas? (disculpen que me resista a escribirlo como lo escriben ellos), el penoso programa con el que Telecinco sustituyó al penosísimo Las gafas de Angelino, está en el penúltimo suspiro. Desde su estreno, un monumento a la inanidad y a la caspa, fue evolucionando, o más bien retrocediendo, hasta copiar al difunto Aquí hay tomate, pero la audiencia no se enganchó.
Y Antena 3, que también se pilló los dedos con El método Gonzo y con su efímera secuela sin Gonzo, presentó ayer el recambio: Tal cual lo contamos. El nombre amedrenta, cierto. Sin embargo, por razones que no podría explicar (me pasa lo que a muchos directivos de televisión: no tengo ni idea del asunto), no descarto que lo del Tal cual pueda hacerse un nicho medianamente confortable.
Para empezar, no inventan nada, ni protegen a la presentadora, Cristina Lasvignes, detrás de una mesa, ni rebotan onomatopeyas en la pantalla, ni recurren a una supuesta ironía. La cosa es de lo más convencional: un sofá en plan Ana Rosa y un contenido tan previsible como el yoyó de las Bolsas. En su estreno, una mujer maltratada y Jesús Mariñas hablando de la familia real. Más clásico, imposible.
Quizá la evolución de este programa nos descubra en qué queda la información del higadillo. La mortandad de estos últimos meses indica que el sector anda en crisis grave. Tan indicativa como esa mortandad es la buena salud de Sé lo que hicisteis (La Sexta), cuyo éxito no sólo se explica porque los presentadores sean graciosos, que lo son. También proporciona al espectador con remordimientos una excusa excelente: te damos la misma basura que los otros programas del género, pero es para reírnos de ella.
El éxito de la parodia suele marcar el inicio del declive de lo parodiado. Si Tal cual, con su formato hiperclásico, no aguanta, la fórmula puede darse por muerta. Confiemos en que, como siempre, me equivoque, y después de lo malo no venga lo peor.
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