Cornada
Soy bastante taurino. Y no lo digo porque generalmente me ponga del lado del toro, que también, sino porque el asunto de la lidia nos sitúa con frecuencia ante nuestra propia condición. Nos libera de hipocresías, mandangas y solos de violín. Nos ayuda a entender lo que somos. Me refiero a los medios de comunicación. Los que trabajamos en este negocio mantenemos un continuo debate sobre la exhibición de imágenes violentas. ¿Es lícito publicar la fotografía de un cadáver? En este mismo periódico hubo discusiones por una imagen que mostraba, al fondo, el cuerpo sin vida de una mujer. ¿Es correcto que la Dirección General de Tráfico utilice, en sus campañas de prevención, imágenes de cuerpos destrozados? ¿Hay jóvenes asesinos por culpa de la tele y los videojuegos? ¿Estamos creando una sociedad de monstruos?
Hasta que una corrida de toros nos permite dejarnos de tonterías. La del miércoles en Madrid salió estupenda. Antes habíamos disfrutado de una bonita cornada a un caballo, pero la cogida a Israel Lancho entraba de lleno en la categoría de lo estupendo: una cornada en el pecho. En televisión abrió numerosos informativos, presentados con frases como "unas imágenes que ponen los pelos de punta". En bastantes diarios fue portada. En EL PAÍS, la excelente foto de Gorka Lejarcegi, con una composición casi pictórica, ocupó cuatro columnas sobre el titular Espeluznante cogida.
Por fortuna (estoy a favor de que gane el toro, pero no tanto como para que el torero sufra daños irreparables), parece que el torero Lancho saldrá con bien del trance. ¿Se habrían realizado los mismos alardes gráficos en caso de que Lancho hubiera muerto? Supongo que sí.
Es la ventaja de la lidia. Nos permite jugar con imágenes violentas sin (parece) el menor escrúpulo. Los toros son los toros, señores: hablamos de cultura. No es violencia gratuita. No son ganas de vender morbo. Es eso, cultura. Y no hay cultura más agradecida que la que penetra directamente en el pulmón, con neumotórax y hemotórax y un buen chorro de sangre.
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