Mi tío Juan Carlos
Todo el mundo debería tener un tío como el mío. El tío bohemio, el tío excéntrico, el tío artista que te recomienda libros, que te incita a que viajes por el mundo, que te inspira y que en definitiva es la primera persona que te dice que hagas con tu vida lo que te dé la gana. Mi tío Juan Carlos Eguillor efectivamente hizo con su vida lo que le dio la gana. Trabajó, hizo el vago, viajó, se fue de juerga, conoció a millones de amigos sin importar que fueran señoras pijas, poetas callejeros, intelectuales de prestigio, ancianas habituales de un parque o activistas feministas. Por encima de cualquier cosa, mi tío era muy generoso (con sus posesiones materiales y sus afectos) y muy divertido. Y con esos dos talentos naturales no necesitas más para encandilar a la gente.
Para él, una creación debía estar compuesta de humor y misterio
Si conocías su casa, un piso lleno de libros y cuadros en el centro de Madrid, le conocías a él. Lo habitual era verle trabajar en su mesa, en la que escribo estas líneas. Podía estar volcado en una exposición, en una tira diaria para EL PAÍS o El Correo, en ilustraciones para un cuento de Martín Gaite o Atxaga, en los títulos de crédito de una película de Jaime de Armiñán, en la portada de un disco de Javier Gurruchaga o en el cartel de la Semana Grande de Bilbao. Sin horario fijo, pasando noches en vela con el lápiz en una mano y el cigarrillo en la otra.
Quizá en los últimos años su obra se prodigaba menos. No porque su mala salud hubiera empezado a pasarle factura (mi tío siempre decía que se encontraba bien, aunque no fuese cierto), sino porque estaba embarcado en proyectos imposibles. De hecho, siempre quiso crear una empresa llamada Proyecta que solo acometiese proyectos que no se realizaban. Después de sus creaciones para el cómic (la pop Mari Aguirre, la abuelita de las páginas de El Pequeño País o Miss Martiartu, esa bilbaína "de toda la vida" que me influyó muchísimo en la creación de Vaya Semanita), mi tío Juan Carlos concentró sus esfuerzos en las nuevas tecnologías. Viajó a Nueva York a finales de los setenta y allí descubrió la imagen generada por ordenador. Le fascinaba aquello: fue la primera persona a la que oí hablar de realidad virtual, infografía (creó la primera infografía española, Menina) o Internet. Supongo que eso le pasaría a muchos de sus amigos, que escucharían alucinados sus parlamentos sobre avatares, libros electrónicos o televisión a la carta cuando en España no teníamos ni teletexto.
En todos sus proyectos estaba presente Bilbao, esa ciudad industrial y lluviosa que le vio crecer. "Todo el universo en una ciudad", rezaban algunos de sus collages sobre el Botxo. Pero esto no tenía nada de bilbainada, Para mi tío Bilbao era la síntesis de la metrópoli, del lugar donde todo puede pasar. Recuerdo unas vacaciones con él en Bilbao. Sí, ya sé, el verano bilbaíno no es un destino paradisíaco, pero esa semana fue muy especial para mí. Recorrí la ciudad con mi tío, que me agarraba de la nuca para llevarme de paseo y enseñarme una ciudad que transitaba entre su etapa de Altos Hornos y su era Guggenheim. En esas caminatas mi tío Juan Carlos me hablaba de que los ingredientes de una creación debían ser el humor y el misterio, con una mirada entre tierna y cruel. He intentado aplicarme ese cuento en todo lo que he hecho. Mis hermanos Iñigo y Ana y yo tenemos la inmensa suerte de haber tenido un tío así.
El dibujante e ilustrador Juan Carlos Eguillor (San Sebastián, 1947) falleció el lunes en Madrid. Borja Cobeaga es director de cine.
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