Norman Borlaug, el padre de la 'revolución verde'
Calificó a los antitransgénicos de "elitistas y conservadores"
No es exagerado decir que Norman Borlaug inventó la agricultura moderna -la revolución verde de los años sesenta-, pero él creía que debía ser más moderna aún. La biotecnología, según él, era la forma de aumentar la producción de alimentos sin invadir más terrenos para hacer cultivos, evitando los riesgos de erosión, de inundaciones catastróficas y de mermas de biodiversidad. El científico, patólogo vegetal y premio Nobel de la Paz en 1970, ha muerto de cáncer en Tejas a los 95 años.
De 1964 a 1979 dirigió el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo mexicano. Ya desde los años cuarenta, su trabajo en programas de investigación desarrollados en México sentó las bases de la llamada revolución verde, un gran salto en la tecnología de mejora y selección de semillas que permitió a muchos países del Tercer Mundo alcanzar la autosuficiencia en la producción agrícola. Las semillas fueron facilitadas libres de cargos a los países en desarrollo.
En los últimos años, Borlaug volvió a la escena pública por su defensa de los transgénicos, lo que le procuró virulentos ataques de grupos ecologistas como Greenpeace, que no sólo llegó a calificarle de "tecnofanático", sino incluso a responsabilizarle de los males que afligen a los países en desarrollo. Pero el científico, que ya había pasado por una oposición similar a sus semillas -mejoradas por técnicas de selección convencional-, sonreía y respondía en una entrevista: "Lo dicen porque tienen la panza llena; la oposición ecologista a los transgénicos es elitista y conservadora. Las críticas vienen, como siempre, de los sectores más privilegiados: los que viven en la comodidad de las sociedades occidentales, los que no han conocido de cerca las hambrunas. Yo fui ecologista antes que la mayor parte de ellos. Pero tienen más emoción que datos".
Borlaug no consideraba a los transgénicos más que una nueva herramienta que persigue los mismos fines que las técnicas de mejora tradicional -aumentar el rendimiento, por ejemplo, o generar variedades más resistentes a las plagas-, sólo que de un modo mucho más eficaz y racional que hibridación y la selección convencionales. Hizo campaña para que el sector público impulsara y financiara planes de investigación desarrollados en institutos internacionales, para que esta tecnología no quedara en manos de multinacionales como Monsanto.
Como muchos otros avances científicos, el principal hallazgo de Norman Borlaug debió tanto a su estilo heterodoxo como a los efectos impredecibles. En los años cuarenta y cincuenta, el dogma de los mejoradores vegetales era que la selección de una variedad debía hacerse en cultivos sembrados en la misma fecha, en el mismo tipo de suelo y bajo las mismas condiciones climáticas en las que luego fuera a utilizarse la variedad para su explotación comercial.
Pero Borlaug tenía prisa. Seleccionar una semilla mejorada según esos preceptos llevaba por entonces unos diez años, y los campos mexicanos necesitaban con urgencia un trigo resistente a una plaga que los estaba destruyendo a velocidad de vértigo.
El científico pensó que, si hacía dos ciclos sucesivos de siembra por año, podía obtener la semilla resistente en sólo cinco años, en vez de en diez. Pero para ello tenía que saltarse el dogma: sembró el primer ciclo en el valle de Yaqui (39 metros sobre el nivel del mar) y, con los productos de ese primer paso, sembró un segundo ciclo en el valle de Toluca, a una altitud de 2.600 metros: dos suelos, climas y fechas totalmente diferentes.
El resultado trajo bajo el brazo un premio inesperado: la variedad seleccionada por Borlaug mostraba una magnífica adaptación a casi cualquier tipo de clima, altitud y época de siembra, como consecuencia fortuita de haber sido seleccionada en ambientes tan distintos. El trigo de Borlaug se extendió -gratis- por todo el mundo y mostró un rendimiento sin precedentes en países de todo tipo.
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