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Columna
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Madrugada de septiembre

Hace treinta y cinco años pelotones de guardia civiles y policías armados voluntarios fusilaron a cinco jóvenes en Hoyo de Manzanares de madrugada, al acabar fueron a celebrarlo. Aquí está una generación muy distinta, luchando por un trabajo en medio de una ciénaga desesperanzadora, sin embargo, en un mismo tiempo y país coexistimos generaciones, cada una trae algo y cada una deja su legado. ¿Hay quien quiera recibir el legado manchado de la generación de aquellos fusilados? Pocos querrán recordar aquellos días feos y sucios.

Quien llama a los últimos años del franquismo dictablanda, quien se burla del antifranquismo miente e infama. Sabrán por qué lo hacen. Permitan que recuerde. Tras el Proceso de Burgos la policía ametralló a los obreros y asesinó a dos en Ferrol (los cañones de la Armada apuntados a las casas de sus familias), la gran huelga general de Vigo y las torturas en serie que radicalizaron a la izquierda, Salvador Puig Antich a garrote vil, Moncho Reboiras acribillado en un portal ferrolano, los cinco fusilados en Hoyo de Manzanares. Las caídas de militantes de organizaciones clandestinas con tortura y cárcel eran constantes. Y tras la muerte de Franco los abogados laboralistas asesinados en Madrid, los obreros de Vitoria... Aún murieron cincuenta personas en manifestaciones por disparos de la policía hasta el año 80.

Quien habla de 'dictablanda', quien se burla del antifranquismo miente e infama

Las ideas democráticas en España se ahogan bajo un discurso hipócrita. Leemos una y otra vez críticas a la generación que se estrelló contra el régimen esos años, probablemente eso nazca de la ignorancia pero también de la propia vergüenza inconfesada. No todos nos atrevemos a ser consecuentes, pero podemos reconocer a quienes se comprometieron en aquella guerra fea, triste y necesaria contra el franquismo. Fue una guerra de ideas y física también, se luchaba y se paraban los golpes o las balas con el cuerpo. No está contada la militancia clandestina, ni periodística ni literariamente, no será un relato verdadero si no se cuenta desde dentro, desde la clandestinidad. Algún día, quizá.

Aquellos fusilados al alba. Nos cuesta reconstruir los días entre que fueron condenados en un juicio farsa y su muerte. No es azar que los juzgase un tribunal militar, la lucha contra los militares franquistas incluyó también la lucha armada. Es cierto, de hecho alguno de los fusilados aquella madrugada no tenía relación directa con las muertes que se les atribuyeron, pero militantes de aquellas organizaciones habían matado. Hoy nos resulta un recuerdo incómodo pero, aunque no perteneciésemos a sus mismas organizaciones, lo cierto es que aquellos jóvenes eran compañeros nuestros. Fueron ellos y podían haber sido otros de aquella generación de choque que no pudo luego comprender los apaños necesarios de la Transición, que no pudo creerse tampoco la cartelería estupefaciente de Felipe González: aquellos jardines de colores que la sociedad tragó con ansia como una pastilla de LSD que le hiciese olvidar todo lo anterior, lo siniestro. Una generación que no supo triunfar sin mala conciencia, carecía de la ligereza y la inocencia fingida para poder olvidar el pasado. A los supervivientes el peso de los muertos les detiene el paso.

Contra esa imagen construida de jóvenes corriendo jovialmente "delante de los grises", uno, al recordar, comprende la espiral de violencia de aquel momento. Dada la progresiva radicalización de la dialéctica entre la represión policial contra las jóvenes organizaciones maoístas y la respuesta que éstas empezaron a dar a esa represión, si a Franco le hubiesen estirado la vida otros seis meses España habría entrado en algo semejante a una nueva guerra civil. Sobre unos y otros pesaba la sombra espesa y asfixiante del golpe en Chile, en Argentina y la Revolución portuguesa. Todo aquello no fue bonito ni limpio, reinaba el miedo, la adrenalina y quien participó en la lucha se ensució en aquel tiempo de violencia. Los limpios que ahora infaman esa memoria tienen la blancura impoluta de la hipocresía y la vergüenza.

Hace pocos años vivimos el asesinato ominoso del joven Miguel Ángel Blanco, descontando las horas fijadas para su muerte; eso fue lo que les ocurrió a aquellos cinco jóvenes sin que se pudiese mostrar la rabia ni el duelo entonces ni ahora. Oh, sí, sus manos no estaban completamente limpias, venían de un país turbio, la clandestinidad. Pero eran de los que se mancharon luchando en un frente por la libertad. Disculpen que traiga este recuerdo a una plácida mañana dominical, pero cuándo es bueno el día para recordar que la democracia a España no la trajeron los observadores impolutos y no llegó con flores de colores sino, como los recién nacidos, envuelta en mierda y sangre.

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