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Columna
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Absurdos galaicos

Ir a Madrid por autovía es gratis, pero para ir de Ferrol a Vigo hay que desembolsar una cantidad de euros considerable que va a parar a los bolsillos de la concesionaria de la autopista, una de las más rentables de España. No existe alternativa a ese recorrido que no implique horas de ardua peregrinación por las entrañas de Galicia. Extrañamente, en un país en el que los periódicos llenan planas y planas con los avatares del AVE, ese hecho, que grava de modo poco justificado a los ciudadanos gallegos y penaliza la estructuración interna, pasa desapercibido. Muy grave es también, como lo han indicado el presidente del Colegio de Ingenieros, Carlos Nárdiz, y el economista Albino Prada, que las vías por las que va a circular ese AVE no hayan sido pensadas para el transporte de mercancías.

Los sucesivos gobiernos autónomos han declinado la tarea de racionalizar la inversión en obra pública

Es un hecho gravísimo y una oportunidad perdida que apenas ha merecido tratamiento en los periódicos. Se ignora que los empresarios locales hayan acentuado esa reivindicación en las proclamas, a veces chiripitifláuticas, con las que nos entretienen. No sé si el amable lector recordará como hará dos o tres años no faltaba quien reivindicase ¡un puente desde Vigo hasta el Morrazo! Son cosas de charanga y pandereta que, es cierto, hacen reír, pero que también muestran a las claras el escaso nivel del horizonte en el que nos movemos y lo poco que los empresarios han reflexionado sobre los intereses del país. Siempre que paguen las Administraciones públicas, y que los beneficiarios sean ellos, proponen lo que haga falta. Bateas en la luna, si es necesario.

Entre los absurdos mayores se sitúa la construcción de dos puertos -el de Ferrol y el exterior de A Coruña- a sólo siete millas marítimas de distancia y sin que sus respectivas conexiones intermodales por tren y carretera estuviesen claras en el momento de realizar sus respectivos proyectos. Tampoco su especialización, contra lo que podría pensar un ingenuo ciudadano. Se sabe que el puerto exterior tendría que ser refugio en días de temporal, pero también se sabe que está situado en zona de fuerte oleaje. Parece que el transporte de contenedores e hidrocarburos en tales condiciones es desaconsejable. Otro absurdo que se explica mejor si se percata uno que su construcción está vinculado a una operación urbanística en la franja marítima de la ciudad coruñesa que se esperaba muy apetitosa.

La demagogia que se vierte sobre los aeropuertos es de órdago. Pero bastaría reparar en la población de cada área urbana, y en sus necesidades de flujos presentes y futuros, para tener una ligera pista de lo que convendría hacer a la hora de determinar vuelos y estrategias. Mientras, Oporto compite con inteligencia. Por lo que se sabe, la autopista del mar, que debería conectar Vigo con puertos franceses, duerme el sueño de los justos. Sin embargo, Gijón se ha posicionado ya en ese ámbito del transporte. Cito estos ejemplos para que se perciban las clamorosas incoherencias que jalonan la obra pública y, en especial, la ausencia de un proyecto jerarquizado y ordenado del sistema de transporte de personas y mercancías.

Son asuntos no conflictivos, es decir que no conciernen a las diferencias entre derecha e izquierda, o entre galleguismo y españolismo, pero sobre los que no existe consenso alguno. Solo improvisación y un rendirse a ese localismo que no existe entre nosotros en positivo, sino únicamente en la variante del que desea ser tuerto si consigue cegar a su enemigo. La Xunta, el Gobierno gallego, ha declinado casi siempre esa tarea racionalista. Dada esa ausencia de buen gobierno, henos aquí, en una Galicia desconcertada, sin proyecto, y que carece de objetivos, aún de aquellos que podrían ser compartidos más allá de las legítimas fronteras políticas.

Lo mismo cabría decir de la ya fenecida Novacaixa, ahora convertida en banco público, a la espera, quizás, como hemos leído, de ser absorbido, en vista del desastre, por el Santander. Ahora es tarde para lamentaciones, pero no cabe sino confirmar que no solo el Banco de España, también la Consellería de Facenda, y los diversos partidos que nos han gobernado -es un decir- han fallado gravemente en su tarea de vigilar y regular la actividad de las dos entidades extintas.

De Europa vinieron fondos sin cuento que deberían haber sido invertidos con más tino de lo que fue el caso (6.000 millones de euros). Fueron dilapidados sin haber sido integrados en una estrategia coherente de desarrollo que, en todo caso, tendría que partir de incentivos a I+D+i y del fomento de la exportación. Aunque los gobiernos locales y el autonómico son los mayores responsables, no puede dejar de notarse la falta de responsabilidad de los agentes sociales y de la sociedad civil. Ahora vienen tiempos en los que habrá que contar los garbanzos uno a uno. Convendría que no faltase, una vez más, la visión de conjunto. Lo digo con desmayo, sin convicción ni esperanza.

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