Un mes durmiendo en la universidad
Las acampadas contra el espacio europeo se extienden por las facultades
El larguísimo recibidor de la facultad de Derecho de Valencia ha dejado de ser un recibidor para convertirse en algo a medio camino entre un camping y una sala de estar. "Estamos en nuestra casa. Nos hemos trasladado aquí", dice Javier Bocero, de 18 años, sentado en una butaca vagamente amarilla, rodeado de tiendas de campaña, colchones y pancartas, justo debajo del despacho del decano. Desde que hace un mes un puñado de universitarios se encerrara en Filosofía para pedir la paralización del proceso de Bolonia, la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), el ejemplo se ha extendido como una mancha de aceite por la Universitat de València bajo la forma de asambleas de estudiantes.
La protesta nació y mantiene su núcleo en las carreras de Humanidades
En cada centro duermen 10, 30, 50 alumnos. De día hacen turnos. Reparten octavillas. Recogen firmas. Propagan clase por clase su visión crítica de la convergencia europea. Pasan por casa a comer, a ducharse, a cambiarse de ropa, y vuelven a la acampada. Discuten la estrategia a seguir. Marcan objetivos (como el debate público con el rector Francisco Tomás al que asistió una multitud de alumnos). Preparan la lucha y hacen la clase de cosas que se hacen en un piso de estudiantes, para sorpresa, en ocasiones, de algún dirigente académico.
La movilización de la Universitat ha desbordado los cauces de representación oficiales. Y ha desbordado en cierta medida también a los sindicatos, cuyos afiliados deben integrarse en las asambleas a título personal. Se oyen voces que apuestan por presentar candidaturas unitarias a las elecciones que se celebrarán en dos semanas. De ocurrir, podría significar el fin de la hegemonía de Campus Jove, la asociación relacionada con el PSPV-PSOE, la más votada desde hace casi una década, que mantiene una defensa tibia (un "sí crítico") del proceso de Bolonia.
El movimiento comparte una visión sobre el EEES. Fue impulsado, afirman, para poner las universidades al servicio del mercado. "Introduce los másteres oficiales, que cuestan 2.000 euros, y las becas préstamos, que tendrás que devolver cuando trabajes. Condiciona la continuidad de las carreras a que sean rentables. ¿Qué diferencias habrá respecto a una universidad privada?", dicen Belén Quejigo, de 22 años, y Ana Tamara Martínez, de 36, ambas en quinto de Filosofía. "Estamos cansados de que no se nos tenga en cuenta. No sólo con Bolonia. Los planes de estudio siempre nos vienen impuestos", afirma Bocero. "Quitan un año de carrera, convierten primero en un curso genérico, y homogeneizan los contenidos", añade Josep San Ruperto, 20 años, de Historia.
Las asambleas han aparecido en otras áreas (Medicina, Farmacia, Ciencias Sociales), pero la protesta mantiene su núcleo en Humanidades. En facultades que atraviesan un largo declive debido al mal encaje de sus titulados en el mercado laboral. La reforma sustituye el viejo CAP (el Certificado de Aptitud Pedagógica que permite ser profesor de secundaria) por un máster común a todas las carreras lo que, creen, dificultará su llegada a los institutos. Material inflamable, porque muchos de ellos ven esas plazas prácticamente como único destino laboral.
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