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Columna
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Esta derecha es un horror

El periodista y escritor José María Izquierdo, aplicado últimamente a glosar columnistas apocalípticos, ha sido el invitado de la plataforma socialista de debates Volem i Podem, donde ha comparecido esta semana para reflexionar y dialogar acerca de la derecha española y los soflameros heraldos mediáticos que cada día rompen en su nombre lanzas y crismas en defensa de las esencias patrias y rancias. Un verdadero ejercicio de taxonomía política -decimos de la conferencia- revelador de los matices e incluso contrastes que conforman el universo conservador, una etiqueta que en otras latitudes ampara el talante liberal tanto como la cerrazón reaccionaria con sus modulaciones intermedias. Y algo parecido acontece con los cornetas del desastre, así bautizados por el cachazudo conferenciante, tan similares por la insidia de sus tonalidades como variados por la distinta potencia de su vibración.

Un discurso aleccionador que, todo al tiempo, nos invita a proyectarlo sobre la realidad valenciana en tanto que ésta exhibe trazos comunes del panorama general, pero también delata muy notables peculiaridades. Por lo pronto, esta derecha nuestra en estos días es un magma sin matices y ninguna fisura. Aquí se ha conseguido compactar la derecha extrema y la derechona tradicional, laminando los escasos componentes liberales que sobrevivieron a la transición democrática y metabolizando asimismo los no pocos conversos procedentes de las izquierdas que cambiaron oportunamente de camisa y de ideario. Todo al tiempo y en su conjunto se ha acentuado la aproximación a la Iglesia que, colmada de privilegios, devuelve el favor en forma de bendiciones y explícito apoyo político. Con las discrepancias también se han neutralizado hasta los olores: tenemos la impresión de que todos ellos huelen a incienso.

Esta es la derecha que, prietas las filas, practica sin disimulo el sectarismo: conmigo o contra mí, sabiendo que pocas parcelas escapan a su actual poder. Y el clientelismo, o sea, todo el favor para sus fieles. Y el populismo: cualquier demagogia es válida. Y la corrupción, ¿qué corrupción? Todos los políticos son iguales, aseguran, y casi ninguna acusación ha cuajado en condena. Pelillos a la mar. Y el secuestro, tal como ha acontecido con RTVV, el martillo pilón que moldea el gregarismo beato. Y la arrogancia escandalosa y fascistoide, de la que el PP de Francisco Camps ha hecho gala en la Cortes rebajando el trabajo parlamentario al nivel de la pantomima y despilfarrando los recursos económicos en grandes eventos y fastos, algunos demenciales. ¡Qué horror!

Y además hay que contar con su fiel perrada mediática que ciertamente no practica el desmelene de los aludidos apocalípticos, pero tampoco deja de ser cómplice de este desplome cívico y democrático en que nos ha sumido tan infausta derecha. No son cornetas como los mentados más arriba, alcanzan a lo sumo la categoría de periodistas trompetilla que jalean, callan, tergiversan y cobran su prebenda. Gentuza. Pero ahí están, con su cuota de responsabilidad a cuestas.

Bien, ¿y qué se puede hacer contra esta calamidad histórica que han supuesto los tres lustros -y lo que te rondaré, morena- de preeminencia facha en el País Valenciano? Pues por lo pronto, movilizar a la juventud menos contaminada por la miseria que nos gobierna, después no dejar de votar por poco que nos convenzan y, por último, votar izquierda. Por dignidad, por sensatez, por decencia.

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