"¡Queremos pasar, queremos cruzar!"
Los peatones se van agolpando a ambos lados de la calle. Los semáforos no funcionan. Cinco policías dan prioridad al intenso tráfico. Pasan los segundos, se llega a los minutos. Cada vez hay más gente esperando en la acera de la sede de Hacienda en Valencia.
Los guardias no paran de silbar y de mover los brazos. La riada de coches no cesa. El estruendo es ensordecedor. De repente, un peatón se queja: "Y nosotros ¿cuándo?". Otro se une: "Queremos pasar". "Queremos cruzar", dice un tercero. Crecen los comentarios dirigidos a la policía. "¡Ya está bien!", estalla un hombre, que se precipita a la calzada con un brazo en alto para parar el tráfico y el otro conminando a los demás a seguirle. Una policía reacciona y casi se tira encima de los coches para detenerlos. Todos pasan y algunos lanzan miradas de complicidad cuando se cruzan con los peatones de enfrente.
El tráfico en el centro de Valencia está imposible. Las obras del metro y los cambios de direcciones provocan continuos atascos. Un policía se juega el tipo, justo en medio de la calzada. El túnel de Guillén de Castro, además, actúa como un embudo.
Media hora después, todo parece fluir. Al poco, la historia se repite. Ahora, en la acera de enfrente. Los coches, a toda prisa, al ritmo del silbato. Cada vez más peatones; cada vez más impacientes. Una mujer levanta la mano y le grita al policía más histriónico: "¡Ya está bien de tanto meneo y déjenos pasar!" Otra mujer, con un par de bolsas de la compra, la acompaña indignada. Ambas se abren paso entre los coches, seguidas del resto de peatones y de la misma agente, que intenta salvar los muebles.
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