Dormir entre ratas y basura
Los vecinos denuncian cómo se vive en viejas naves industriales junto a La Fe
Las matas llegan hasta la cintura en todo el solar, menos en una senda expedita de tanto recorrerla. La basura aumenta a cada paso; a la altura de la entrada trasera de la antigua fábrica de bombas Gens, dos naves gigantes situadas a 250 metros del Hospital La Fe en Valencia, forma un vertedero.
Dentro huele a humo, y a gato. La cabeza negra y en descomposición de un felino asoma de una bolsa de plástico. Los colchones, la ropa tendida y los restos de hogueras corroboran las denuncias vecinales: las viejas instalaciones industriales alojan a un número variable de inmigrantes que conviven con la inmundicia y las ratas. Y que hacen fuego para calentarse. En un mes, asegura José Mascuñán, de 62 años, cuya ventana da a las naves, han avisado dos veces a los bomberos por miedo a que los incendios iniciados en ellas prendieran su finca.
"Llevamos años denunciándolo a la policía. Y nos dicen: 'eso tiene que ser el propietario", afirma Mascuñán, mecánico jubilado.
Corren muchas historias sobre la fábrica, un ejemplo de arquitectura industrial modernista que la asociación de vecinos Cercle Obert de Benicalap viene pidiendo al Ayuntamiento que convierta en centro cultural. Se cuenta, por ejemplo, que hace un par de años la policía sacó de allí un cadáver. Y que cuando los dueños de la farmacia pegada al solar acababan de instalarse se vieron obligados a volver a empezar las obras y a poner muros dobles, puertas acorazadas y cámaras de vigilancia después de que del lado de las naves intentaran entrar abriendo un agujero en la pared.
La vida en las naves, dicen los vecinos, empieza de noche. Y no son las únicas habitadas. En la misma manzana que dibujan la avenida de Burjassot y la calle de Reus, un antiguo taller de camiones alberga otro asentamiento. El volumen de basura es inferior, el número de gatos, importante. Un espejo que cuelga de una columna, una bicicleta estática y una vieja inscripción en la pared -La suerte es el cuidado de los detalles- proporcionan a la estancia un extraño aire hogareño. También parece vacía, hasta que la puerta de un habitáculo, del tamaño de un zulo, se abre para desmentirlo. "¿Te gustaría que entraran en tu casa?", pregunta un hombre alto, extremadamente flaco, que abandona pronto el tono desafiante y pide que le llamen Ramadán. Cuenta que sus siete compañeros de habitación se ganan la vida de gorrillas por La Fe, y que no reciben la visita de la policía porque no arman líos, ni hacen fuegos aunque el frío apriete.
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