Las series que no veo, literalmente
Hay ficciones difíciles de ver, no por la lóbrega oscuridad de sus argumentos, sino por la lóbrega oscuridad de sus escenarios, da igual que transcurran en oficinas o quirófanos, las acciones se desarrollan en una penumbra absurda e injustificable
Cuando empezó el segundo capítulo de The Last of Us respiré aliviada, no por la peripecia vital de los personajes sino porque la acción era diurna y en exteriores. Me explico, tras el piloto visité foros del videojuego para ver qué opinaban de la adaptación y los hallé alborotados por un personaje que me había pasado desapercibido. Al final y a ritmo de Depeche Mode había sucedido algo invisible a mis ojos. Volví atrás, seguía sin verlo. ¿Estaría la serie de HBO Max grabada siguiendo las mismas directrices que aquel mosquitono que se emitía en una frecuencia indetectable para los mayores de 30 años? ¿Estamos ante la artimaña más capciosa del edadismo?
Tras tirar de rewind seis veces y acercarme a la pantalla a distancia de tasador de diamantes lo detecté, efectivamente, allí estaba.
No es la primera vez que me pierdo detalles más o menos relevantes, ni soy la única que lo sufre, el fenómeno de la oscuridad en las ficciones llegó al paroxismo en algunos capítulos de Juego de tronos y se mantiene en forma. No afecta exclusivamente a terror y fantasía, cada vez es más habitual encontrarnos con oficinas, bares, comisarías, e incluso hospitales ridículamente en penumbra, tampoco se limita a las series, no me atrevo a decir que he visto The Batman porque más bien la intuí. Hay momentos en los que lo único que ilumina la pantalla son los subtítulos.
A esta tendencia le han puesto nombre y suena a clásico de la Hammer: “lodo intangible”. Lo acuñó hace unos años Katie Stebbins en Twitter, las explicaciones son diversas y van desde cuestiones de lentes que se escapan a mi conocimiento al deseo de proporcionar una pátina de calidad. Se me ocurre que de ser ese el motivo, más que oscurecer la pantalla deberían hacer brillar el guion.
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