‘Babylon Berlin’, las ciudades del pecado
La pandemia frena la nueva entrega de la serie, que nos lleva a una capital alemana cruel, libertina y glamurosa a finales de los veinte. La fiesta se vivía en la ignorancia de los desastres por venir
Babilonia era una ciudad imponente y cosmopolita en los siglos VII y VI a. C., cuando los judíos deportados allí la describieron en sus libros sagrados como la ciudad del pecado. “La madre de las rameras y las abominaciones de la tierra”, dice el Apocalipsis. A Heródoto, que la visitó en el V a. C., le deslumbró su urbanismo pero le espantó la prostitución sagrada en el templo. La etiqueta pervive: los rastafaris llaman Babylon al Occidente capitalista y opresor. “Babilonia es el vampiro chupando la sangre de los que sufren”, cantó Bob Marley. A finales del XIX, arqueólogos alemanes dieron con restos de esa civilización y la grandiosa puerta de Ishtar acabó en la isla de los museos de Berlín.
La pandemia retrasa el rodaje de la cuarta temporada de Babylon Berlin, ambiciosa serie alemana (en Movistar+) que nos lleva a la bulliciosa capital de la frágil República de Weimar a finales de los veinte. Sí, los años del crack, del auge totalitario. Sí, un país humillado, arruinado, con heridas de guerra. Sí, corrupción política y policial, conjuras militares, agitación nazi y roja en la calle. Con todo eso, un Berlín vibrante, fascinante.
Contrastan la miseria de los más y las lujosas fiestas de los menos. Las cloacas, la violencia... y los musicales en el sofisticado Moka Efti, y el despegue del cine, y un libertinaje que debió escandalizar a los nacidos en el XIX. Como en la película Cabaret, la crueldad detrás del glamur.
La Biblia ansiaba la derrota, que consumó Ciro, de la urbe imperial que sometió a los judíos. “¡No tengáis compasión de los jóvenes de Babilonia!”, se lee en Jeremías. “Destruidla por completo; que no le quede nada”. Del Berlín de entreguerras quedó poco en pie; pero su hedonismo revivió con muro y todo. Hoy, cerrados los clubes, la fiesta se mueve en raves clandestinas. Quizás ignorante, otra vez, de los desastres por venir. Ojalá no.
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