‘El ministerio del tiempo’ arregla su propia grieta espaciotemporal
Si la serie se hiciese en EE UU no habría vivido con esa amenaza perpetua de cierre, inexplicable desde la atalaya de su éxito

En una tele tan ayuna de momentos históricos, con una oferta exageradísima e inabarcable que devalúa los acontecimientos, hoy vamos a vivir un estreno que bien merecería desenrollar una alfombra roja por el pasillo y entrar al salón con smoking y traje de noche. Incluso TVE se va a parecer a aquella TVE de los ochenta que paralizaba el país con La forja de un rebelde, Fortunata y Jacinta o Ramón y Cajal.
Vuelve El ministerio del tiempo y se remedia al fin una de las grietas espaciotemporales más vergonzantes e inexplicables de la televisión. Han pasado dos años y medio desde el último capítulo, y está feo recurrir al autoflagelo cultural español, pero sospecho que, si la serie se hiciese en Estados Unidos, no habría tenido esta travesía desértica ni habría vivido con esa amenaza perpetua de cierre, inexplicable desde la atalaya de su éxito.
Aunque es triste que una de las creaciones más originales, refrescantes, ambiciosas y divertidas que han salido nunca de unos estudios españoles haya sufrido una trayectoria errática, hoy es día de descorche, porque el primer episodio es una maravilla. Vuelve el grupo a un ministerio nuevo y gentrificado, situado en las afueras, junto a una autopista. “Cuesta más llegar aquí que al siglo XII”, dice Salvador, cuya forma de hablar en epigramas echábamos tanto de menos.
Es mérito de Javier Olivares y compañía haberle quitado toda la herrumbre y el moho a la historia de España y presentarla como un relato vivo que nos interpela. Hoy parece fácil, pero nadie antes había traspasado las capas rancias de solemnidad que se le habían ido poniendo encima al discurso histórico, que casi nadie se había atrevido a sacar del baúl con alcanfor donde lo metió el franquismo. Para cerrar ese círculo, el episodio va, precisamente, de franquistas. Y hasta aquí puedo leer.
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