Hazle caso a tu corazón, también por tu salud
La fibrilación auricular es la arritmia más frecuente y no siempre presenta síntomas. La detección precoz puede evitar que miles de pacientes sufran un ictus.
El corazón habla de forma constante, pero no todos tenemos la misma capacidad para percibirlo. Esa sensibilidad depende de la constitución física de cada uno (las personas delgadas lo oyen mejor y las que tienen un tórax más grande, peor) y también del sistema nervioso autónomo (SNA). Este hace que un mismo estímulo, un susto o el ejercicio físico, haga que a unas personas se les salga el corazón por la boca y otras no noten casi ninguna alteración.
La variabilidad en la sensibilidad nerviosa no tiene consecuencias, salvo cuando el corazón falla. Hay problemas, como la fibrilación auricular, que pueden pasar desapercibidos para algunos pacientes, lo que determina la gravedad de la más habitual de las arritmias. Afecta a alrededor de un millón de personas en España, según los datos de la Sociedad Española de Cardiología (SEC).
El latido rápido e irregular que se da en la fibrilación auricular se produce cuando el nodo sinusal, donde surge la corriente eléctrica que se transmite al resto del corazón, sufre un caos eléctrico. Julián Pérez-Villacastín, director del Instituto Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, lo explica gráficamente: “El nodo sinusal es como un faro que en un corazón normal se ilumina una vez por segundo. En la fibrilación auricular, en vez de haber un solo faro, existe una especie de discoteca”. Todos los focos se encienden y apagan al mismo tiempo y eso hace “que se pierda la homogeneidad de la transmisión eléctrica y las aurículas dejen de contraerse sincrónicamente”.
Como en casi todo en medicina, la detección precoz es muy importante, apunta el presidente de la SEC, Ángel Cequier: “La fibrilación auricular paroxística, en la que las crisis son intermitentes, responde muy bien a los tratamientos, mientras que en la persistente y permanente la reversibilidad es más reducida”. El objetivo de las terapias es restablecer el ritmo cardiaco normal. Se consigue mediante medicación y con técnicas como la cardioversión (una descarga eléctrica dirigida al corazón), o la ablación con catéter para modificar los tejidos cardiacos donde se origina la arritmia.
La otra gran regla de oro en salud consiste en evitar los factores de riesgo. La hipertensión arterial es el origen más frecuente de la fibrilación auricular, y puede prevenirse, pero con frecuencia ni siquiera se determina la causa de este trastorno cardiaco. En uno de cada tres pacientes el origen de la fibrilación auricular es desconocido. A Rafael Martínez, presidente de la Federación Española de Asociaciones de Anticoagulados (Feasán), se la diagnosticaron tras un infarto de miocardio. “Cualquier patología cardiaca, desde una angina de pecho hasta problemas de las válvulas, pueden provocarla”, precisa el presidente de la SEC.
A veces se diagnostica en una revisión rutinaria y en ocasiones ni siquiera presenta síntomas, pero lo más normal es tener palpitaciones y un cansancio marcado, explica Ángel Cequier: “Hay que tener en cuenta que el corazón no se puede llenar de una forma homogénea con el volumen de sangre normal, deja de tener un comportamiento óptimo y aparece sensación de fatiga e incluso ahogo”.
Los especialistas recomiendan a los pacientes controlar la tensión arterial, el sobrepeso, limitar el consumo de estimulantes (café, té, bebidas azucaradas), reducir la ingesta de alcohol y no fumar. El alcohol puede ser un desencadenante de un episodio de fibrilación auricular y la nicotina del tabaco, también. En el ejercicio físico, la virtud está en el punto medio: ni sedentarismo ni una actividad intensa. Los deportes que requieran un gran esfuerzo cardiovascular son contraproducentes.
El control es fundamental porque la fibrilación auricular puede tener, si no se controla, una secuela letal: un ictus. “Al contraerse de forma irregular, la aurícula se queda casi parada, con lo que puede acumular sangre en determinados recovecos y formarse trombos”, explica el presidente de la SEC. Para evitar esa posibilidad, y teniendo en cuenta una escala de riesgos, los médicos determinan si a un paciente se le deben prescribir o no anticoagulantes.
Rafael Martínez empezó a tomar anticoagulantes desde que un electrocardiograma reveló que sufría fibrilación auricular. Su primera experiencia con el único fármaco disponible entonces fue incómoda porque cada 20 o 25 días tenía que acudir al centro de salud para medirle el grado de anticoagulación de la sangre. Con la evolución de los tratamientos, explica que “se ha cortado el cordón umbilical” que le ataba al centro de salud. La medicación que toma ahora “tampoco interfiere con la comida, como ocurría con la antigua, ni con otros medicamentos para la cardiopatía isquémica”.
El balance riesgo-beneficio de los anticoagulantes es complejo. Por un lado “tienen el efecto de aclarar la sangre para evitar que se formen coágulos, pero también el riesgo de que se aclare demasiado y puedan aparecer hemorragias”, señala Ángel Cequier. En ese balance se mueven los especialistas para escoger el tratamiento adecuado en cada paciente. Los nuevos fármacos tienen la ventaja añadida de que surten efecto en una hora. En opinión de Julían Pérez-Villacastín, se están imponiendo “no tanto porque reduzcan el riesgo de embolia más que otros medicamentos, sino porque reducen la probabilidad de hemorragia cerebral grave”.
Muestre o no síntomas, la fibrilación auricular, según los especialistas es un problema de salud de primera magnitud y cuando aparece hay que evitar que evolucione “porque en algunos casos se puede curar y en la inmensa mayoría se puede tratar de forma muy satisfactoria. Hay que abordarla no solo para evitar que una persona se muera por un ictus, sino porque muchas otras se juegan la incapacidad”, apunta el director del Instituto Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos.