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Tiendas de barrio, donde sentirse en familia

El número de comercios de proximidad en la Comunidad de Madrid ha caído un 14% en cuatro años. Para los que resisten, adaptarse a los hábitos de consumo y a la transformación de las ciudades es tan fundamental como fortalecer los vínculos con clientes y proveedores

Es una escena singular y cada vez menos frecuente en una ciudad grande y frenética: una mujer llega a media mañana a una tienda céntrica para comprar un par de cosas, pero, antes de adentrarse en los pasillos, se detiene en la entrada a darle dos besos a la dueña del establecimiento. Esa clienta es María del Carmen Toro (Madrid, 58 años), vecina desde hace una década del barrio de Salamanca, en Madrid, y ese saludo cariñoso surge cuando llega al Supermercado Villalar, el comercio de María José Rodríguez (Sevilla, 55 años).

La mudanza de Toro al barrio coincidió con la fecha en la que el negocio se traspasó al matrimonio formado por Rodríguez y Antonio Lozano (Madrid, 55 años). Él, tras dos décadas en el local, se suele encargar de las tareas más físicas y ella del papeleo y las gestiones. Ambos reconocen a muchos de los que diariamente cruzan la puerta. A pesar de que está ubicado en un punto transitado y neurálgico de la capital (a apenas unos metros de la puerta de Alcalá), la marca de la casa es su estrecha cercanía. Y es correspondida, como ilustra una sonriente Rodríguez desde su pequeño comercio: “Cuando nació mi hijo, hace 17 años ya, algunos clientes vinieron a verme y a traerme un detallito”.

El número de comercios de proximidad en la Comunidad de Madrid disminuyó de 50.853 a los 43.769 entre 2020 y 2024, según el Instituto Nacional de Estadística

La otra cara de la moneda la ofrece una frutería ubicada en la misma calle que, hace unos meses, tuvo que cerrar porque no se sostenía. Los vecinos lo notan: “Nos venía muy bien, la echamos de menos”, reconoce Toro. No es una salvedad: el número de comercios de proximidad en la Comunidad de Madrid cayó un 14% entre 2020 y 2024, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Han pasado de 50.853 a los 43.769. Más allá de las consecuencias de la pandemia, también influyen las nuevas formas de consumir: optar por grandes almacenes o por compras online repercute en las tiendas de toda la vida y en los tejidos comerciales de los barrios. Pero también en los sociales. El cierre puede suponer la pérdida de la relación de proximidad casi familiar entre trabajadores, clientes y comerciales, que llevan años visitando los mismos lugares, charlando con los dueños y cruzándose con los vecinos en la tienda.

Para sobrevivir, los pequeños comercios ofrecen pedidos a domicilio, fían a los clientes habituales o les dejan pagar a final de mes

Pero los tenderos que resisten responden. Ofrecen pedidos a domicilio, por teléfono, fían a los clientes habituales y les dejan pagar a final de mes, seleccionan productos de calidad, se adaptan a los cambios de la ciudad y a las nuevas necesidades... Y en todo aplican su seña de identidad: “Lo que nos diferencia es el servicio”, explica Lozano. Más de una vez este matrimonio tiene que comprar alimentos que no son propios de su tienda para vendérselos a los clientes que les piden el favor. Quienes los solían vender han bajado la persiana.

Lo que hace que María del Carmen Toro vaya al Supermercado Villalar a por compras puntuales —como leche, caldo o huevos— no es únicamente la facilidad de que esté a dos minutos de su casa: “Los chicos que trabajan aquí siempre están dispuestos a ayudar y los precios son buenos, teniendo en cuenta la zona en la que estamos”, señala sobre un barrio que ocupaba el noveno puesto en España en cuanto a renta media en 2023. La cifra alcanza los 103.712 euros, como recoge la última Estadística de declarantes del IRPF por código postal de la Agencia Tributaria.

Proveedores que son familia

Los pequeños locales se apoyan también en relaciones con sus proveedores fuertes y fluidas que les permiten vender un buen producto. Una de ellas es la que han construido con Lola Cuchillo (Madrid, 52 años). Esta comercial de Pascual trabaja con la distribuidora de la compañía, Qualianza, y lleva ocho años encargada de distintas áreas de la capital. Recorre desde el entorno de plaza de Castilla o los barios de Montecarmelo y San Chinarro, al norte, hasta la más céntrica avenida de América o, ya al sur, la de la Ciudad de Barcelona.

Para que fueran alianzas sólidas, Cuchillo tuvo que consolidarlas con paciencia. “Mi trabajo se basa en la confianza”, sentencia. Es más: confiesa que, en sus inicios, su presencia generaba cierto recelo, pues sus 300 clientes ya estaban acostumbrados a cómo trabajaba su predecesor. “Yo venía de un sector muy diferente, las telecomunicaciones, pero me dieron una oportunidad y la tomé. Aquí he aprendido todo”, reconoce sobre su rutina en Pascual. Logró aclimatarse y convertirse en un escalón fundamental para fraguar las estrechas relaciones entre tenderos y vecinos. “En cuanto a transporte, pedidos y demás no fallamos nunca”, sostiene sobre su distribución de artículos como las leches de Pascual, las bebidas vegetales de Vivesoy o el agua de Bezoya.

Cuchillo insiste en que le encanta su trabajo y adaptarse, por ejemplo, a proveer a las zonas que tienen más demandas de leche, ver lo que les hace falta, reponer. “Me da mucha alegría levantarme por las mañanas y saber que mis clientes están deseando que vaya esa semana para ponerme al día”. Visita los pequeños comercios, les escucha y responde con agilidad a sus demandas. “Me gusta mucho el trato con la gente. Es gratificante ser capaz de ayudarles”, señala.

Subsistir cuando el barrio cambia

Lozano y Rodríguez han visto la transformación de parejas recién casadas que se mudaron hace 20 años y que hoy tienen hijos ya mayores de edad. “Entran por la puerta y ya sabemos a por qué vienen”, cuenta él. “Hay una señora que quiere siempre una marca de vino blanco; ¡no le ofrezcas otra!”, bromea. Esas familias han ido menguando, dice: los pisos de renta antigua, los fallecimientos o la partición de viviendas más grandes en apartamentos más pequeños han desconfigurado el barrio. “Las compras han pasado de ser para 10 a para dos personas”, relata Lozano. Ahora se adaptan a lo que necesiten los universitarios y colaboran con las pequeñas empresas de la zona: “Aquí trabajamos siete personas, tenemos que cubrir muchos gastos porque seis familias viven de esto”.

El perfil de cliente también ha cambiado en el Supermercado Monte Pinos, en el barrio de Pacífico, al sur de la capital. Cuando David Herrera (Madrid, 49 años) lo abrió hace 27 años, los compradores tenían unos 40 y un poder adquisitivo medio-alto. “Ahora muchos jóvenes vienen porque aceptamos los cheques y las tarjetas gourmet que regalan algunas empresas, pero en general ha subido la edad de mi clientela, de 60 para arriba”, desvela.

Antonio Costero, a sus 90 años, se pasea con el carro de la compra por el pasillo que aúna pescadería, carnicería y frutería. Nacido en Zaragoza, se mudó en 1954 a Madrid, ciudad en la que ha criado a sus cuatro hijos. Desde entonces, Costero hace su recorrido diario por el local para comprar el pan, pero tampoco desdeña los productos más especiales. “He estado veraneando en Noja, Cantabria, y no he tenido necesidad de traer nada para la familia porque aquí hay sobaos pasiegos”, apunta. También recomienda “los mejores espárragos de Navarra” y las magdalenas de la abuela. “Ideales para hacer un regalo especial”, sugiere.

Herrera secunda que un paso fundamental para diferenciarse de otras grandes cadenas y mantener a los clientes de toda la vida es responderles con un producto seleccionado. “Siempre lo probamos antes y solo traemos el que nos gusta verdaderamente”, incide. Tanto para Herrera como para la pareja dueña de Villalar, la colaboración de comerciales como Lola Cuchillo asegura la satisfacción de los nuevos y antiguos compradores. Tienen en mente a los clientes tan fieles como Costero, quien hace la compra en Monte Pinos desde hace más de 20 años: “Me acuerdo de tu madre, teníamos mucha conversación”, le dice a Herrera. “¡Ay, mi madre!”, se le escapa al dueño.

Distinguirse de otros locales y mantener su excelencia ha permitido al Supermercado Monte Pinos expandirse. Nació, en realidad, en el barrio de Imperial de Madrid en 1995, de la mano de Herrera, de su hermano y de otros cuatro socios provenientes del mercado de Aluche. La respuesta fue tan acogedora que se lanzaron al segundo Monte Pinos, el de Pacífico, en 1998, un amplio espacio que incluye incluso cafetería en la que sirven desayunos, comidas y meriendas. “Es un negocio conocido en el barrio”, se enorgullece Herrera. Asegura que los 35 trabajadores son un equipo acompasado; él mismo sigue el ritmo: descarga camiones, se mete en la frutería, ayuda en el bar, barre o friega. “Cada día es completamente distinto”, reflexiona y añade que su objetivo, sobre todo, es dar ejemplo.

Lola Cuchillo ha descubierto que sus labores también se renuevan a diario. Ha cambiado la perspectiva previa que tenía de su trabajo, lo suyo no es solo una cadena de ventas de ella a los comercios y de los comercios a los clientes: “Nos hemos convertido en aliados, incluso en amigos”. Lo elemental es prepararse, juntos, para cualquier cambio, pandemia o crisis. También responder ágilmente a las demandas. “Si algún cliente te llama porque necesita un pedido, se lo sirves al día siguiente”, concluye.

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